La confirmación del cuñado de la presidenta hondureña Xiomara Castro, Carlos Zelaya, que se reunió con narcotraficantes en busca de fondos para la campaña electoral de su hermano, el expresidente Mel Zelaya, en 2013, nos refleja el grado de penetración que el crimen organizado ha conseguido en el vecino país.



Honduras es desde hace años un narcoestado. Los cárteles locales de la droga han financiado campañas presidenciales y pagado a políticos de todos los niveles. El caso más dramático es el del expresidente Juan Orlando Hernández, condenado en Estados Unidos por tráfico de drogas y otros delitos.

Honduras, al igual que Guatemala, ya han dejado de ser países de tránsito de la droga, ahora hasta tienen cultivos de coca y laboratorios de procesamiento de cocaína.



Lo de Carlos Zelaya es la punta del iceberg en el gobierno de Honduras. El capricho de suspender el tratado de extradición con Estados Unidos es un síntoma de que Xiomara Castro busca proteger a sus allegados de sus nexos con el crimen organizado.

Honduras es lo que no debemos ser, un país hundido en la putrefacción del narcotráfico y contaminado en todo el estado. Miremos ese mal ejemplo con sensatez para evitar repetirlo.