La fortuna de poder escuchar, es simplemente invaluable, es una maravilla interna que en conjunto con los cuatro restantes sentidos, nos permiten percibir, intuir, de ser parte en nuestro alrededor, como lo que somos, solo humanos, complejos pero al final humanos.



El sentido del oído aparece en los primeros meses de gestación, si así decide la fortuna biológica. En la oscura y primaria sonósfera del vientre, el feto comienza a reconocer la voz de su madre, el latir del corazón, su respiración. Los primeros sonidos que anteceden lo nuevo, lo desconocido no visto pero que ya se percibe como tal. Dando comienzo así, a un repertorio con contendrá tantas bandas sonoras que se irán coleccionando en nuestro subconsciente y que nos acompañaran en el recorrido. Muchas de estas, bandas sonoras, se entrelazaran con nuestros sentimientos y emociones, ante esas reacciones el alma siempre vibrara y reconocerá entre cuerdas, viento y percusión la elevación de su alma.

Según estudios de un grupo de científicos canadienses, el oído es el último sentido que conservamos previo a la muerte. Lo anterior, lo sustentan con electroencefalogramas que registraron actividad cerebral y respuestas de estímulos sonoros con personas en estado inconsciente, a punto de fallecer; dichos registros fueron contrastados con idénticos estudios realizados en personas jóvenes y sanas; lo que arrojó el resultado que ambos grupos examinados, percibían de igual manera las reacciones sonoras. Comprobándose que hasta en un último momento, que el escuchar desaparecerá al unísono de la conciencia.



Pero en la desconocida frontera entre la vida y la muerte, seguramente otros fenómenos biológicos deben manifestarse a nivel de cuerpo y mente; no debe ser sencillo ir despojándonos de esta corporeidad que va quedando como una señal singular que alguna vez nos distinguió, mas no nos definió en esencia. Como un incógnito trance que solo podremos experimentar llegado el momento, enigmático, tanto igual o más como cuando una chispa de vida empieza a desarrollarse.

El eterno enigma que nos deja ser humanos, pero que nos limita llegar a entender por qué o para qué en el universo del todo.

Y no sé por qué, no me importa saber por qué, es una frase de la canción No dejes que, del buenísimo grupo de rock mexicano Caifanes, en mi interpretación, siempre es que reconocemos el enigma pero es tan inmenso y la vida tan corta, que si el universo concede darnos a conocer el porqué de tantas cosas incomprensibles, probablemente lo sabremos. Pero antes que nada, lo que mandata la misma existencia es vivir y apreciar lo que reconocemos como verdadero en cada experiencia, en lo que sonó y suena en nuestras vidas y hace vibrar nuestro espíritu.

Así como cada vez que escucho esta canción, suena y transmite las mismas emociones como la primera vez, con la letra de Saúl Hernández y con el solo de guitarra tan único de Alejandro Marcovich. Juntos o ahora separados sus integrantes, y no sé por qué, no me importa saber por qué, pero sí sé que su legado y aporte a la música persiste y sigue elevando nuestros espíritus.

Ivette María Fuentes es Licenciada en Ciencias Jurídicas