Si el estado cubano es represor y está dirigido por un único partido político, Comunista, eso debe significar que los militantes de ese partido, máxime si ostentan algún tipo de liderazgo, son también represores. Los que hemos padecido el rigor del régimen totalitario castrista podemos dar fe de la maldad de sus funcionarios políticos y policiales y de otros muchos que disfrutaban abusar de sus prerrogativas, en detrimento de quienes no estaban integrados al despotismo.



Tal vez no todos los funcionarios han sido victimarios, pero si todos los abusadores actuaron en nombre de un estado y partido político que ha destruido a Cuba y a los cubanos, al extremo, que muchos verdugos han decidido buscar refugio en el país que oficialmente mas odiaron y que no pocos desesperaban por destruir en sus años de fervor castrista, años, en los que creyeron que el tableteo de las ametralladoras acallaría las demandas de libertad.

Las víctimas no están obligadas a olvidar y el perdón es una decisión personal de quien ha sido abusado. Es el victimario quien debe hacer conciencia que sus crímenes estaban más allá de la idea que decía defender. Es el depredador el que debe admitir sus culpas, quien está obligado a un acto de contrición pública.



La necesaria reconciliación no puede provenir solo de la víctima. No debe ser un acto unilateral de quien fue sacrificado y de nuevo, en virtud de su conciencia cívica, controla sus pasiones y prefiere la aplicación de la justicia. Una sociedad que no sancione el crimen se encuentra cimentada en la arbitrariedad y por lo tanto propensa a nuevas crisis sociales o políticas.

La condescendencia recibida no exime de su responsabilidad legal al criminal. La absolución no implica impunidad. El crimen no puede ser premiado con el olvido. Debe existir una sanción legal o moral que advierta a los potenciales violadores que el crimen no paga.

Una vez más las autoridades migratorias de Estados Unidos me han confundido con el ingreso al país de Manuel Menéndez Castellano, según informaciones, exmiembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el partido único de un estado considerado terrorista por la Casa Blanca, mientras en la Isla se le ha negado la visa a mas de un cubano que combatió la dictadura.

Mi confusión es tanta que me hago eco de un comentario en las redes sociales, “En cualquier momento instalan los CDR y crean un núcleo del PCC en plena calle 8”.

Ser dirigente del Partido Comunista de Cuba no es tarea fácil, esa posición demanda fidelidad y obediencia ciega al máximo liderazgo, que como todos conocemos, siempre ha actuado en base a su conveniencia, sin respetar el más modesto de los derechos ciudadanos.

Esta realidad ha determinado que el académico cubano Juan Antonio Blanco haya promovido una carta en la que pide a los actuales represores que tengan la dignidad de cesar sus colaboraciones con la dictadura y oponerse a sus abusos de forma activa, afirma el documento, “No denuncien al vecino, no participen en la represión de otros ciudadanos, no golpeen, ni disparen contra otros cubanos. La rectificación puede también comenzar por impedir nuevos crímenes informando a las organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos de todo lo que sepan se ha hecho o están tramando hacer para reprimir la voluntad popular”.

El señor Menéndez Castellanos, quizás no le guste que lo traten así porque recuerdo que cuando se le decía a un funcionario “señor” respondía invariablemente, “estas equivocado, los señores se fueron para Miami”, dicho en un tono despectivo y amenazador.

Este primer secretario del Partido Comunista en Cienfuegos, 1993-2003, según el libelo oficial Granma, ha de tener personas que le defienden alegando su supuesta inocencia, condición imposible en una posición en la que todo se controla.

Los regímenes depredadores como al que sirvió el señor Menéndez Castellano, generan víctimas y victimarios. El odio se vuelve un oficio y el miedo una enfermedad de la que no se escapan ni los mismos abusadores. Vivir en una sociedad donde odiar y temer es parte fundamental de la existencia, traumatiza a todos, incluido los culpables que optan por justificar sus abusos. Jose Martí fue sentencioso con estos sujetos cuando escribió, “Ver con calma un crimen es cometerlo”.