Una válvula de escape.



Así mismo, una válvula de escape de un motor que siempre está al tope en su combustión, eso ha sido la emigración en nuestro país. Entre convulsiones sociales intermitentes a través de décadas y abriéndose como una salida al final de un túnel, donde aún habitan fantasmas, emigrar era, es y será una forma de comenzar o seguir.

Conocemos miles de historias de compatriotas que partieron de esta tierra que a veces se vuelve dura y cruel, muchas de ellas se fueron por diversos motivos pero encontrando la certeza, con el pasar del tiempo, que algo se ganó pero igual algo se perdió.



Siempre imaginé la cantidad de sentimientos que estaban presentes en las llamadas telefónicas, allá por la mitad de los años ochenta, pero que se liberaban en un precoz llanto al levantar el auricular. Extrañando a los ausentes y muy cierto que solventando los gastos, pero con la ausencia presente, aquella ausencia que se instala y jamás se va. Algunos se pudieron reunificar con sus familias aquí o al país donde emigraron, y aunque todo vuelve, nunca vuelve igual.

¿Quiénes habrán sido o serán más fuertes y evitan quebrarse, los que se quedan acá o los que se van? Con exactitud no lo sabremos. Los entornos sociales y económicos nos empujan a moldear las circunstancias o como dicen unos, a seguir buscando la vida.

Con el cuerpo acá, pero el pensamiento allá, con mi país, con mi gente. Las palabras anteriores me las escribió un compatriota en el extranjero, me quedaron grabadas desde que las leí, luego de preguntarle que cómo estaba. Percibí una sensación de tristeza, de pasar la vida aquí y allá con un viento helado que envuelve la añoranza y nos recuerda que nada se detiene.

Independiente de las razones económicas, políticas, por seguridad o superación, la estela que dejamos tras partir de alguna manera se cuela en nuestras vidas y allí comprendemos que nada es borrón y cuenta nueva, sino un continuar en tierras ajenas y nos acompaña una maleta que evitamos abrir, pero que vemos de reojo, sabiendo que su clave son los recuerdos.

En el dilema de la supervivencia nos encontramos con las condicionantes estatales de turno, a las que nos regimos pero que pocas veces se homogenizan con la voluntad, la buena disposición y el derecho a vivir dignamente de las mayorías; ya sea que estas no se concretan por el lastre que dejaran las administraciones anteriores o las políticas públicas llegaron tarde para problemas sociales que hoy son enfermedad y no hay forma de sanarlas de a poco sino de tajo o, también el destino de un pueblo empobrecido que se curte de ver nacer en la oscuridad adalides con antorchas fugaces.

Circunstancias por las que unos, optan a ver más allá de lo que hay acá.

Pero ya lo hemos dicho, todo vuelve, aunque no igual. Y la deportación, es un fantasma que ronda la vida de un inmigrante donde su permanencia ilegal le hace vivir con miedo todo el tiempo. Y ese temor, se agrava al saber que las condiciones del país de origen no son las mejores o no existen en realidad y más aún, con los estragos que acarrea un regreso forzado, donde todo el fruto de su trabajo, el tiempo que pasó lejos de su familia, quede en nada de provecho de los suyos, convirtiendo en cuesta arriba la lucha por la vida.

•Ivette María Fuentes, Lic. en Ciencias Jurídicas