Durante este octubre, la declaración de la Conferencia intergubernamental de Tiblisi sobre educación ambiental cumplirá casi cinco décadas de aprobada. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) junto con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) montaron dicho evento del 14 al 26 de octubre de 1977 en la capital de Georgia. “En los últimos decenios” –se aseguró entonces– fue utilizado “el poder de transformar el medio ambiente” para modificar “aceleradamente el equilibrio de la naturaleza”. Una de sus lamentables consecuencias fue la exposición de las especies vivas a serios peligros; en determinados casos, “irreversibles”. Su agravamiento, con el tiempo ha quedado comprobado.
Y en esta nuestra comarca, invariablemente injusta para sus mayorías populares, de forma por demás lamentable esas materias siempre han permanecido entre las tantas pendientes para avanzar hacia el bien común. Aunque por ahora la educación y el medio ambiente aún sean componentes formales del discurso oficial, su concreción real continúa bastante lejos de ser cierta; más bien, camina igual que el cangrejo. Como cantó Aute, son “extrañas palabras” en boca de sus conjuradores: los tramposos y mentirosos gobernantes entuturadores, embaucadores, engatusadores del pueblo para alcanzar sus personales o grupales apuestas egoístas. Pero el usurpador de hoy día, le ha dicho “quitádiay” a quienes ocuparon antes la silla presidencial durante la posguerra comenzando por algo esencial: ninguno de ellos, pese a todo, lo hizo inconstitucionalmente.
Veamos qué ocurre con la educación. Con los votos incondicionales de su genuflexa bancada legislativa, hace poco le redujo el presupuesto para el 2025 a la cartera estatal respectiva; le metió mano para sacarle casi 35 millones de dólares. Sumado a lo que le quitó al Ministerio de Salud, el monto del drástico recorte a ambas entidades por poco llega a los 127. Mientras, la Presidencia de la República se recetó abajito de los 140 millones sin incluir en ese monto los “misterios” del Ejecutivo; lo siento, quise decir ministerios.
Pero no nos perdamos; centrémonos en lo educativo. Ciertamente, su estado se observa mucho muy preocupante; perdón por el arcaísmo, pero la situación lo amerita. De las más de cinco mil escuelas públicas que Bukele prometió renovar en cinco años a partir del 2022, según información oficialista a febrero del 2025 solo habían realizado “mejoras parciales o integrales” en poco más de 400; asimismo, apenas habían diseñado menos de 158. A ello agréguenle una buena cantidad de despidos de personal docente y el cierre de escuelas que –según el Frente Magisterial Salvadoreño– ya suman una treintena, sin descartar que esa cantidad siga creciendo.
Acerca del medio ambiente deberíamos comenzar a entonarle un adelantado y afligido réquiem. Evidentemente, cuando Bukele ingresó a Casa Presidencial el 1 de junio del 2019 –respetando la legalidad– no encontró el mejor escenario. Las credenciales del país no daban para mucho; pero al igual que en otros ámbitos, rápidamente la gravedad de su proyecto quedó clara al convertir al Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales en “una entidad tramitadora de permisos, flexibilizando la normativa ambiental y permitiendo abusos del sector privado en cuanto a la integridad de los ecosistemas y la biodiversidad”. Eso opinó Carlos García, defensor de derechos humanos, en septiembre del 2021.
En ese marco, por orden presidencial expresa, sin mayor disimulo el titular del ramo aprobó aceleradamente casi 1600 permisos ambientales entre junio del 2021 y mayo del 2022. Cabe denunciar, además, la depredadora actividad estatal impulsada para construir mega obras propias de una megalomanía malsana como el viaducto en Los Chorros, el aeropuerto en La Unión y –desnudando la esencia del “bukelato”– la presumida cárcel más grande de Latinoamérica. Y por si aún quedaba alguna duda, quien durante unos pocos meses fue presidente constitucional de El Salvador, nos impuso su nefasto “regalo navideño” el año recién pasado: contra viento y marea su servil legislatura aprobó la Ley general de minería metálica, que sancionó inmediatamente.
Así como están las cosas, aspirar a que se promueva la “educación ambiental” de la población es creer en flores de papel que se les echa agua y crecen. Así las cosas, cada vez se aprecia más la clarividencia de Aute pues acá y en buena parte del mundo –con una Casa Blanca más turbia que nunca– hoy por hoy el arte, la poesía y la belleza son pues “extrañas palabras”; son conjuro, magia, ilusión en medio de una realidad donde “cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro”. Pero no lo serán por siempre, a menos que... ¿tiremos la toalla? Pero no; ese es un “lujo” que no podemos ni debemos permitirnos.