De nuevo Stalin ha sido visto en Moscú. No es Putin disfrazado del georgiano ‘Koba’. Es el mismísmo Iósif Vissariónovich Dzhugashvili. Solo que ahora en formato de piedra.



La noticia se ha regado como pólvora y ahora millones de rusos lo verán al entrar y al salir del metro de Moscú. De nuevo, porque en 1950 (tres años antes de la muerte de Stalin) se había erigido un monumento a Stalin allí en el metro de Moscú. De ahí que esta sea una recreación de aquel, dado que, en 1966, cuando se recompuso dicho metro, las autoridades de aquel momento dijeron, como quien no quiere la cosa, que ‘el monumento de 1950 se había perdido’.

El nuevo monumento está en el mismo lugar: en la estación de metro Taganskaya.



No es que ahora se esté ‘rehabilitando’ a Stalin después de haberlo defenestrado como consecuencia del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética ―PCUS― celebrado en 1956, y que encabezado por Nikita Jrushchov denunció y acusó a Stalin de diversas tropelías desde que tomó el control del PCUS y del Estado soviético tras la muerte de Lenin en 1924. El asunto tiene cola.

Es que desde que asumió Leonid Ilich Brézhnev, en 1962, la conducción del PCUS y del Estado soviético, después de haber sido destituido Jrushchov, lo que desde 1956 se llamó proceso de desestalinazión se desaceleró y terminó por desactivarse. Y entonces la figura de Stalin y su presencia en el país euroasiático que constituía la Unión Soviética, quedó a la sombra. Esto explica, de algún modo, que desde 2016 hasta la fecha se hallan erigido estatuas y monumentos a la memoria de Stalin en diversos lugares de la Rusia actual. Es decir, la figura de Stalin pareciera que no necesita ser rehabilitada hoy, porque desde hace años está rehabilitada.

El metro de Moscú, inaugurado en 1935, es una infraestructura emblemática de la ingeniería rusa, y cualquier cosa que acontezca dentro de sus instalaciones (cada año un poco más de 2000 millones de pasajeros pasan por las 258 estaciones de ese tendido subterráneo de casi 415 kilómetros) impacta en el ‘alma rusa’. Así, cuando Stalin fue ‘borrado’ de la decoración de las diferentes estaciones del metro de Moscú, se estaba trasladando el mensaje a la ciudadanía de que el ‘asunto de Stalin’ exigía sacarlo de circulación.

En la estación de Komsomólskaya, el techo está decorado con diversos mosaicos que tomaron como punto de partida bocetos de Pável Korin, y que ilustran aspectos de la historia rusa. En uno de los segmentos aparecía Stalin tomándole juramento a un soldado, pero después de 1954 Stalin se esfumó y lo que se vio fue a Lenin haciendo un discurso al Ejército Rojo. No es necesario insistir mucho en esto de la ‘reescritura de la historia’: quien tiene el poder decide lo que se lee, lo que se ve, lo que se debe recordar. Eso sí, mientras ese poder esté vigente y otro no lo releve y le dé vuelta de gato, y así va la cosa...

En la estación de Kíevskaya, que se inauguró en 1954 y que constituía un homenaje a la reunificación de Rusia y Ucrania, también había grabadas imágenes de Stalin. En una de ellas, Lenin se observa dirigiéndose a la multitud, y atrás de él, como es lógico imaginar, se encuentra Stalin, pero después de 1954, ‘Koba’ (uno de los sobrenombres de Stalin que usó Trotsky para referirse en sus escritos a su verdugo) ya no está en ese mosaico, le pusieron ‘chelito’ y se ve siempre a Lenin hablando, pero en solitario. No deja de ser curioso este modo sencillo, práctico y efectivo de ‘borrar’ figuras que antes fueron indiscutibles y, después, por completo prescindibles.

Es más fácil ‘borrar’ que discutir los procesos históricos y las presencias individuales en esos procesos. Porque este modo maniqueísta de entender la Historia, situando las cosas solo entre malos y buenos, solo sirve para propósitos propagandísticos, pero no resuelve el imprescindible conocimiento del pasado, que es lo que permite comprender el presente.

En la misma estación de Kíevskaya hay otro mosaico donde aparece Stalin, pero al parecer les resultó difícil solo ‘desaparecerlo’ a él y por eso optaron por colocar otra escena, otro tema.

En verdad es risible todo este proceso de ‘oficialización’ de los hechos históricos. Desde la sombra se decide a quien se le rinde homenaje y desde la sombra también se decide la supresión de ese homenaje. Es como un juego de máscaras.