Pedro F, tiene 80 años, es maestro jubilado y enviudo hace 10 años. No tiene familiares cercanos y el único hijo falleció hace más de treinta años. Vive solo en su casa con dos gatos y un perro que rescató de la calle. Se presentó a la consulta de la Dra. Linares, médico internista, con una ronquera crónica de más de dos meses de duración. Linares ordenó una serie de exámenes de rutina, entre ellos una radiografía de tórax. Una llamada urgente de parte de la secretaria de la Dra. Linares sorprendió a Pedro. Algo malo está pasando, pensó Pedro, esto no es lo usual.
Don Pedro, dijo la doctora, hemos encontrado una mancha en el vértice de su pulmón izquierdo, que parece corresponder con un cáncer. Luego de ser referido al oncólogo del hospital del Seguro Social, Dr. Gustavo Rodríguez, con la consecuente explicación de una serie de procedimientos y los posibles tratamientos alternativos, don Pedro respondió: “yo soy solo”. “Doctor, prefiero no hacerlo” respondió tranquilamente don Pedro. Sus palabras resonaron en el consultorio, dejando al Dr. Rodríguez confundido y hasta cierto grado frustrado por las palabras del paciente.
Rodríguez insistió en la necesidad del tratamiento para prolongar la vida del paciente. A pesar de toda la información brindada el señor Pedro F. mantuvo su posición.
“Doctor, soy una persona mayor, que ha vivido su vida a plenitud. Ya tomo demasiadas medicinas. No tengo familia y sería muy difícil lidiar con los efectos secundarios de la quimioterapia y con tanta dependencia de hospital. Quiero seguir con la tranquilidad de mi casa y mis animales, mientras pueda cuidarme solo no quiero más tratamientos, al menos no por ahora”.
La medicina, guiada por el conocimiento científico, aspira a prolongar la vida, mejorar su calidad, o aliviar los padecimientos. Sin embargo, existen eventos o momentos, en los cuales, prolongación y calidad se contradicen. La situación anteriormente descrita nos obliga a detenernos y reflexionar sobre este tipo de contradicción donde la autonomía del paciente se impone y desafía a la “indicación” (más que sugerencia) de la autoridad médica. Estoy dispuesto a morir, nos dice el paciente, pero que se haga a mi manera.
Como enseña el principio de autonomía, la tarea no es imponer tratamientos, sino proporcionar información clara, explorar expectativas, ofrecer apoyo y, cuando la decisión del paciente no coincide con las recomendaciones, acompañarlo sin prejuicio en el camino que ha elegido en tanto sea compatible con la propia subjetividad del médico de cabecera. “Dr. Prefiero no hacerlo” es un mensaje claro y preciso sobre cuáles son mis prioridades como paciente, y como paciente también comprendo que la medicina no es un ejercicio de control, sino un diálogo entre ciencia y humanidad.
Calidad de vida sobre la prolongación de esta. Claramente, la calidad de vida no siempre está definida por los estándares biomédicos, sino por el significado que cada persona encuentra a su existencia, incluso en el contexto de una enfermedad grave. La definición de “calidad” es una decisión individual. La sensación de independencia, como lo define Pedro en su argumento, es para muchas personas una variante importante en su definición de calidad.
Valorar menos efectos secundarios y mejor calidad de vida. En distintos estudios se ha determinado que las preferencias para rechazar un tratamiento se pueden mantener incluso con el conocimiento de que la intervención médica convencional sí prolonga la sobrevida, pero lo que se valora en esos casos trata de la situación de ausencia de efectos secundarios y la idea de sostener una mejor calidad de vida.
"Existe el mito de que la calidad de vida sólo es válida cuando se define por el éxito objetivo. Nuestra tarea es explicar que es subjetiva, y que la vida puede tener sentido a pesar de las limitaciones". Afirma Gustavo Kusminsky (consultor en Hematología y Servicio de Trasplante Hematopoyético del Hospital Universitario Austral y profesor de Medicina en el Hospital Universitario Austral, Buenos Aires, Argentina).
Es crucial que como médicos recordemos que nuestro rol es promover el bienestar de nuestros pacientes, especialmente cuando enfrentan situaciones de patologías graves. Eso implica el respeto a las decisiones del paciente con relación al plan de vida que cada uno de ellos se ha trazado individualmente, aunque ese plan de vida no esté alineado con el progreso biomédico.