¿Y a ti, qué te sostiene? Es una pregunta que leía hoy al paso de revisar mis redes sociales. Esta interrogante, formulada desde el punto de vista espiritual y emocional, alienta a nivel de consciencia sobre la importancia que es de reconocer lo que nos impulsa en esta experiencia humana.
El hartazgo de las rutinas, el cansancio que provoca el dolor propio y ajeno, la propia miseria humana, entre otros aspectos; pueden hacer que creamos que actuamos en automático, no solo por inercia sino por sobrevivencia en esta realidad que nos absorbe y golpea, de esta forma sin que exista la mínima reflexión. Y es que al hacer esta introspección, resultaría que todo es consecuente y no hay espacio para ese sincerar porque podría quedar en exposición ante nosotros mismos y los demás el verdadero motivo por el cual seguimos cada día, o para el caso, no hay motivo existente identificado sino esperando que lo consecuente pueda compaginarse con lo que debe ser.
Pero ya el filósofo escocés David Hume, en su Tratado sobre la Naturaleza Humana, nos aclaró que el Ser no se define a partir de este principio del deber ser. Aunque parezca confuso al leerlo, lo es mucho más al introyectar el deber ser antes que el Ser. Ante esto, lo que prima es el reconocimiento de aquello intangible que cada uno tiene en su interior y por ninguna razón es y no puede ser un espejo de ningún otro individuo; esa es la primera frontera que se cruza, por la libertad, por la individualidad de pensamiento.
En una canción del argentino Alejandro Lerner, nos canta los lineamientos que impone la sociedad en el marco del Deber Ser y en una de las estrofas dice: “me prestaron una cara y una forma de pensar”. Dejando a la autenticidad escondida en algún lugar y dándole la bienvenida a una impertinente cobardía.
Creo firmemente, que al menos una vez en la vida muchos deberíamos de tener ese nivel de consciencia. Saber que nos impulsa, que nos sostiene.
Claro está, que no será lo mismo lo que nos impulsó o motivó hace veinticinco o veinte años, las perspectivas cambian o se adaptan a realidades. Pero sigue inalterable el sostén espiritual, aunque quebrantado en ocasiones, pero vemos aún, que con el paso de los años, sigue allí.
Ante muchos eventos actuales que tienen tinte apocalíptico y disonantes, imagino que es como una escena que representa una persona que va inmersa en un viaje por carretera, mira sin ver, oye pero con atención solo al viento, al hacerle una pregunta, sonríe de media mueca; no quiere saber si hay un lugar a llegar, aunque de vez en vez levanta las pupilas extraviadas hacia un horizonte que está allí. Va en silencio, porque no quiere comprobar y escuchar que en la historia no hay viajes de retorno, se vaya adonde vaya.
Pero si hay ese horizonte y entre medio de claroscuro lo seguimos viendo, no todo está perdido.
Esa es la fe y esperanza que nos sostiene, que nos dice en susurro que mejores tiempos vendrán.
• Ivette María Fuentes es Licenciada en Ciencias Jurídicas