Desde las grandes migraciones prehistóricas hasta los flujos contemporáneos de refugiados y trabajadores económicos, el ser humano se ha desplazado constantemente en busca de seguridad y oportunidades.
A lo largo de esos milenios, las percepciones sociales sobre los migrantes han oscilado entre la hospitalidad y la hostilidad, reflejando siempre los intereses económicos, culturales y políticos del momento.
Hoy, la migración vuelve a ocupar el centro del debate político en Estados Unidos, donde ha sido utilizada por la administración Trump para canalizar el descontento de la clase trabajadora ante el estancamiento de los salarios reales y el alza del precio de la vivienda.
Sin embargo, diversos estudios en Estados Unidos, confirman los efectos positivos de los migrantes en la economía, lo que significa que, en realidad, existen otros factores causales detrás del estancamiento que percibe la clase trabajadora.
Las posturas antiinmigrantes no son cosa del siglo XXI. Por ejemplo, la civilización romana bajo el emperador Diocleciano promulgó leyes para proteger migrantes que fueran artesanos cualificados y restringir la entrada de otras personas sin autorización.
Incluso nosotros salvadoreños prohibimos en 1933 la entrada de inmigrantes "turcos" en aras de mantener la "unidad nacional".
También han ocurrido casos inversos. Por ejemplo, durante el período clásico maya, ciudades como Tikal, Calakmul o Palenque recibían a comerciantes, artesanos o prisioneros para repoblar barrios destruidos por las guerras.
A cambio, los recién llegados debían sobrevivir pruebas de iniciación que comprendían peregrinaciones a cenotes donde debían pasar noches en vela, sudatorios, ayunos, e incluso recibían lecciones sobre mitos fundacionales sobre las que eran posteriormente examinados.
Si aprobaban los exámenes, estas personas podían optar a quedarse en las ciudades tras prestar un juramento ante la élite gobernante, además de comprometerse a pagar tributos.
Otro caso famoso ocurrió en Europa, donde a finales del siglo XVII cerca de 200,000 hugonotes (protestantes franceses) huyeron de Francia en búsqueda de protección religiosa y económica.
Tras ser rechazados por varios países europeos, los hugonotes fueron acogidos abiertamente por Prusia, donde se les ofreció libertad de culto, exención de impuestos y tierras.
Según estimaciones modernas, estos refugiados contribuyeron a reactivar la manufactura prusiana luego de que esta quedara devastada tras la Guerra de los Treinta Años ocurrida entre 1618 y 1648.
El papel central de las personas y la fuerza de trabajo en el crecimiento económico también ha sido reconocido por la teoría económica desde los tiempos de los economistas clásicos en el siglo XVIII hasta la actualidad.
Dado que dos terceras partes de los migrantes son personas en edad laboral, según la Organización Internacional para las Migraciones, sus efectos en las economías de destino asemejan los de una expansión en la fuerza de trabajo.
El mecanismo es relativamente sencillo: la llegada de inmigrantes aumenta la oferta laboral, presionando a la baja los salarios de los trabajadores locales con los que compiten en el mercado de trabajo.
Esta reducción inicial en los costos laborales ocasiona una disminución en los precios de los bienes y servicios para los consumidores, aumentando el consumo y las ganancias de los empresarios.
Esas mayores utilidades, a su vez, alimentan nuevas inversiones y atraen a más emprendedores, generando un efecto multiplicador.
Además, dado que los migrantes no solo trabajan, sino que también consumen diversos bienes y servicios en la economía local, generan un aumento en la demanda agregada, ocasionando otro efecto multiplicador que genera un crecimiento de la demanda de trabajo, aumentando el nivel salarial que se tenía antes de recibir migrantes.
Por supuesto, estos efectos pueden tardar demasiado o incluso dejar de ocurrir si las economías de destino enfrentan altas tasas de desempleo o informalidad, pues la llegada de trabajadores podría agravar las carencias del mercado laboral.
Este no es el caso en Estados Unidos, con una tasa de desempleo promedio de solamente el 3.8 % desde 2022 y un sector informal que contribuye con menos del 3 % del PIB, según información del Banco de Reserva Federal de St. Louis.
Por eso, no extraña que los datos y la evidencia empírica sustente efectos generalmente positivos de la migración en la economía estadounidense, como un aumento de los salarios promedios de la población nativa en zonas con mayor proporción de inmigrantes, o una mayor propensión de los migrantes a emprender y producir patentes que la población nativa.
¿Entonces, por qué triunfó de manera tan aplastante el discurso antiinmigrante en las últimas elecciones estadounidenses?
Después de todo, según el último censo, la proporción de 8.4 migrantes por cada mil habitantes que ahora existe en Estados Unidos es inferior a la que se tenía a principios del siglo XX, cuando habían 10.4 migrantes por cada mil habitantes.
La razón es que hay efectos paralelos a la migración –pero relativamente ocultos del debate político-- que han debilitado el crecimiento de los salarios y generado una sensación de debilitamiento del poder adquisitivo, como un rol menos preponderante de los sindicatos y de la negociación colectiva, así como un alza generalizada en los precios de la vivienda.
Esto es evidente al observar que la sindicalización del sector privado pasó de superar el 30 % entre 1945 y 1960, a solo alcanzar el 9.4 % en 2022.
Por otro lado, el precio medio de la vivienda en Estados Unidos aumentó un 177 % desde el año 2000, mientras que los ingresos familiares ajustados por la inflación para la familia estadounidense media solo subieron un 8.5 %.
Así, a pesar de que la migración es generalmente buena para la economía, algunos grupos han tomado ventaja de otros fenómenos económicos coincidentes con la migración para buscar un culpable que alimente su base política y posibles creencias racistas.
El auge de estos grupos pudo evitarse con un aprovechamiento más eficaz del recurso productivo que año con año llega a los países más ricos.
Esto pasa por la generación de instituciones que regulen el alza desmesurada del precio de la vivienda y que fortalezcan la capacidad de negociación de los trabajadores para que estos aprovechen de mejor manera los beneficios de la migración.
Gabriel Pleités, Ph. D. en economía de la Universidad de Utah.