La decisión del presidente salvadoreño Nayib Bukele de eliminar el financiamiento estatal a los partidos políticos me parece una decisión no solo valiente, sino genial.
Esta jugarreta por parte de la clase política muerta de hambre de países tercermundistas con el fin, supuestamente, de fortalecer la democracia participativa, abrir espacios a corrientes ideológicas políticas nuevas, con planes frescos para la nación, demostró, desde el mismo principio, ser una rapiña grosera de la argolla de poder, y a veces del máximo líder y fundador de un nuevo partido.
Nunca sirvió para que los partidos nuevos tuvieran un capital semilla de importancia y lograran arrancar.
Y en cuanto a los partidos grandes, es una estupidez, una sinvergüenzada, una forma más que tienen los partidos fuertes de robarnos el dinero, porque, siendo grandes, teniendo una numerosa afiliación, contando con empresarios y profesionales, ¿cómo es que no pueden organizarse para recabar dinero de sus propias huestes y administrarlo bien?
Las argollas se reparten ese dinero con la cuchara grande beneficiando a los movimientos internos que son de su preferencia y no empoderando la democracia al interior de sus instituciones políticas.
Aplaudo esta buena decisión del Sultán enfermo de poder. Muy buena.
Como ejemplo les cuento: cuando un grupo de universitarios conformamos en El Salvador la Democracia Cristiana Universitaria (DCU), los principales promotores lograron llevar a la secretaría general del Partido Demócrata Cristiano a “un buen amigo”.
Resulta que cuando ese buen amigo recibió la "deuda política", lo primero que hizo (y uno de los fundadores de la DCU lo acompañaba) fue comprarse un reloj de 11 mil colones, que hoy, fácilmente, podrían ser 100 mil colones, y al cambio del dólar $ 11,428.57. A los pocos días cambió la camioneta destartalada que andaba por una Suburban gigantesca. Parecía repartidora de leche.
Otro gran líder de izquierda de un partido emergente se quedó con toda la deuda política.