“El año pasado el presidente dijo que con él, El Salvador celebraría su verdadera independencia”. Palabras estas de Héctor Lindo, respetado y admirado paisano, en una entrevista con “Alharaca” el 14 de septiembre del 2023. Él, quien como historiador de altos quilates se desvive martillando en nuestras mentes con los clavos de un relato casi bicentenario acerca de una realidad completamente injusta con nuestras mayoría populares, sostiene que esa declaración de Nayib Bukele ‒cuando fue presidente constitucional‒ parecería “ser parte de una estrategia de comunicaciones para persuadirnos de que el país se encuentra al comienzo de una nueva era”. “Yo no veo esta nueva era por ningún lado”, afirmó. “Tal vez no entiendo bien”. Y remachó asegurando que, por lo observado, Bukele más bien estaba repitiendo“algunos de los errores más graves que ha cometido nuestra clase política a lo largo de nuestra historia”.

Basado en su conocimiento de la misma desde que El Salvador era provincia centroamericana, Héctor hizo un rápido recuento de esas irresponsables metidas de pata cuyas facturas no las pagó su autor sino las víctimas de este. Recordó, así, lo ocurrido durante el “martiniato”. Entre otras atropellos, Maximiliano Hernández Martínez ‒dictador del pasado siglo, no del actual‒ se perpetuó en el poder, controló la prensa y el resto de instituciones, ejecutó políticas de mano dura contra el “enemigo interno” y denigró a la prensa opositora.

Eso se repite ahora. Como aquel, este inaugurará un recinto deportivo ‒que presume será el más grande y moderno de Latinoamérica‒ con dinero chino en un país donde el fútbol, habiendo vivido alguna época dorada, hoy da vergüenza. Solo basta ver sus precarios estadios llenos, no de gente emocionada por la calidad del espectáculo sino de graderíos vacíos. Igual que en el “martiniato”, durante el “bukelato” su mandamás ha corrido y está corriendo en su desenfrenado y ególatra afán de mandar; así sigue y seguirá hasta que los tropezones, que ya comenzaron, lo hagan caer.

De ahí el mensaje que dejó registrado este 15 de septiembre en el imaginario nacional y quizás, también, en el internacional: el de la fuerza bruta policial y militar que ya comenzó a padecer la población, pero que se incrementará y potenciará para enfrentar lo que tarde o temprano llegará: la desesperación popular por el deterioro de su situación económica y social, el descontento lógico derivado de este y la inevitable protesta social.

Pero desde antes las cosas ya se le habían empezado a enredar. Para no citar las tantas y tan burdas maquinaciones para controlar el aparato estatal y sentarse ya no en la silla presidencial sino en el taburete dictatorial, remitámonos al escándalo provocado por la ejecución de Alejandro Muyshondt ‒cercano a él‒ quien permaneció desaparecido durante meses hasta su fallecimiento y por la que ahora Naciones Unidas le está contando las costillas. A esa truculenta historia, le siguió el destape de la insultante corrupción dentro de la madriguera oficialista adonde –con nuestros impuestos– se recetan jugosos salarios al interior de una administración plagada de parientes y amistades.

El último bombazo que le estalló en la cara, es el de la muerte del gerente de una cooperativa de ahorro y préstamo al desplomarse el helicóptero en el que lo transportaban capturado; en el fatal accidente perecieron, además, el director general de la Policía Nacional Civil y dos altos jefes de la misma junto a otras cinco personas entre miembros de dicha corporación, militares y un periodista. Al parecer, si “soltaba la sopa” sobre el desfalco escandaloso que le atribuían, este personaje golpearía al oficialismo; era un peligro, pues, como lo son también los líderes mareros que declararán pronto en Estados Unidos.

De todo eso quisiera que nos liberáramos como pueblo. No más conciertos en homenaje a las víctimas desaparecidas por agentes estatales u otros delincuentes, sin que se apruebe el día nacional dedicado a estas ni se busquen sus restos humanos; no más espectáculos funerarios con alfombra roja, luces y cámaras. Llegará el día en el que nos independicemos de la mentira, la maldad, los “falsos profetas” pícaros y cínicos, la militarización, la desaparición de personas y tantas otras calamidades más.

Pero para ello, no basta ni rezar ni dejar el tiempo marchar. ¡No! Hay que pasar de la indignación a la acción, pensar nuevas formas de organización y luchar para construir poder sustantivo y así poder ‒verbo‒dejar de aplaudir con esperanza falsas “independencias”, “redentores mesiánicos” y “nuevas eras” porque ‒no me cansaré de citar a Lanssiers‒“quien vive de la esperanza, muere en ayunas”. Por ello, para salir del hoyo en que nos sumieron los mismos de siempre y los peores de ahora, tenemos que tener hambre de justicia.