Así es estimados lectores, el día de hoy he decidido escribir una columna de mierda. Pero debemos tener claro que una cosa es hablar de mierda y otra, como lo que hacen los señores de la asamblea legislativa, hablar mierdas. Y no es que sea malo hablar mierdas de vez en cuando, pero es que estos señores lo han convertido en la norma, pero no solo eso, sino que han logrado restablecer lo que en la dinastía Tudor en Inglaterra se conocía como “Groom of the Stool” (limpiaculos del rey). Cargo de gran importancia y poder en la corte real, así como en nuestros tiempos.



Pero dejemos de hablar mierda y concentrémonos en hablar de la mierda. Decía Quevedo que “La vida empieza en lágrimas y caca...”, nada más cierto, y es más toda madre sabe y conoce el monitoreo de la caca del niño para evaluar su salud. Y de eso precisamente escribiremos hoy, de la mierda y su relación con la salud. Y es que la caca siempre está ahí y nunca hablamos de ella, hemos convertido una actividad natural y biológica tan importante en un tabú. Todo médico y experto en nutrición sabe y conoce de la importancia de las excretas como parte del proceso de digestión y alimentación del individuo. Es tan importante que existen instrumentos como la escala de Bristol, la cual es una clasificación visual de las heces en 7 tipos, según su forma y consistencia.

Esta escala permite a los pacientes identificar visualmente el tipo de heces más similar a las suyas, facilitando la comunicación con los médicos sobre problemas digestivos como estreñimiento, diarrea, síndrome del intestino irritable, etc. Las heces nos dan información de como comemos, y no solamente como comemos, sino también como nos encontramos en ese momento. Y no solo la consistencia y color son importantes sino su olor. También el olor de la mierda nos provee información importante sobre nuestra salud. Y es que observar y oler las heces se refleja hasta en la cultura e ideología de los pueblos.



Žižek (filosofo eslovaco) argumenta que los diferentes modelos de inodoros en el mundo occidental revelan la manera en que cada cultura concibe el mundo. Según él, los tres modelos más frecuentes (francés, angloamericano y alemán) reflejan ideologías subyacentes: en el inodoro tradicional alemán el agujero por donde desaparece la materia fecal está en la parte frontal, para que primero se pueda oler e inspeccionar, por si presenta algún síntoma de alguna enfermedad; por el contrario el inodoro francés el agujero se encuentra en la parte posterior, para que la materia fecal desaparezca lo más rápidamente posible; y finalmente el inodoro anglo americano, presenta una síntesis entre los dos modelos anteriores: la taza llena de agua, de modo que la materia fecal flota y es visible, pero no se presta a la inspección detallada.

Žižek concluye que la ideología impregna incluso los aspectos más cotidianos de la vida, como el diseño de los inodoros. Estos reflejan la actitud de cada cultura hacia la suciedad y la higiene, así como sus valores subyacentes. O sea, los alemanes serian políticamente conservadores, los franceses serían los revolucionarios, y los ingleses con la economía en el centro.

Pero más importante que los inodoros, es la postura que adoptamos a la hora de ir al baño. La postura más fisiológica para defecar es la posición de cuclillas. Esta postura permite una mejor alineación del recto con el canal anal, facilitando así la evacuación. Según el médico estadounidense Henry L. Bockus, considerado uno de los padres de la gastroenterología moderna, "la postura ideal para defecar es la posición de cuclillas, con los muslos flexionados sobre el abdomen". Aunque la posición de cuclillas es la más natural, muchas personas utilizan inodoros occidentales, que no están diseñados para esta postura.

Sin embargo, se puede adaptar el uso del inodoro colocando un taburete bajo los pies para elevar las rodillas por encima de las caderas. Esto permite una inclinación del tronco hacia adelante y facilita la evacuación sin esfuerzo. La naturaleza es sabia, y sino observen la curvatura total de la espalda que adoptan los perros al defecar.

Me gustaría terminar deseándoles una semana de mierda y, evocando y abusando de Quevedo: La mierda es vida, la mierda es muerte y tiene algo que nos divierte.