Casi siempre inicio estos textos volteando la vista hacia atrás, contemplando nuestro pasado. Y es que, parafraseando a George Santayana, si no podemos recordarlo tocará repetirlo. La historia de este paisíto lo comprueba, partiendo desde antes de que surgiera como tal. Siendo provincia de la República Federal de Centroamérica, Anastasio Aquino ‒al frente de los pueblos nonualcos‒ se rebeló contra el poder pero fue traicionado, derrotado, capturado, ejecutado y exhibida su cabeza en la plaza pública en enero de 1833. Otro episodio doloroso sacado del baúl de los recuerdos: la Navidad sangrienta de 1922. Ese 24 de diciembre fue reprimida con lujo de barbarie una protesta de mujeres, dejando como saldo mortal alrededor de ocho decenas de personas incluida una niña de diez años.

Está también la terrible matanza iniciada el 22 de enero de 1932, perpetrada sobre todo en el occidente del país por las tropas del recién estrenado dictador del siglo pasado. Se habla de alrededor de 30 000víctimas ejecutadas o desaparecidas, a las que les siguieron otras durante los años que duró el despotismo de Maximiliano Hernández Martínez; el “martinato”. Tras su caída, la dictadura militar sistémica instalada dosificó la represión que creció durante la década de 1970. Le siguió la guerra entre los ejércitos gubernamental y guerrillero que al finalizar, además de encuartelar a los chafarotes, dio paso a una “pax guanaca” colmada de asesinatos:entre 1995 y 1997, el promedio anual oficial fue de más de 7000; una “pax guanaca” en medio de la cualse desató la violencia criminal pandilleril contra las mayorías populares, para llegar al momento actual en el que Nayib Bukele y sus adoratrices presumen al nuestro como el país “más seguro del hemisferio occidental”.

Es, más bien, el país en el que se redujeron drástica y notablemente las muertes violentas intencionales: pero sigue siendo inseguro tanto en aquellos pedazos adonde no se encuentra militarizado, como en otros ámbitos. Además, continúan desapareciendo personas. A sus gobernantes, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos los ha mantenido bajo la lupa, observándolos y recomendándoles acciones y políticas públicas para que cumplan su obligación de respetar y promover la dignidad de las personas.

¿Por qué? Pues porque a lo largo de su existencia, este Estado ha sido una fábrica de víctimas bastante productiva.

Dicha institución regional ha estado vigilante desde hace más de medio siglo, diez años después de su creación. En 1969 visitó nuestra tierra pero también la hondureña a raíz de la “guerrita” escenificada por los ejércitos de ambas comarcas, generada a causa de las disputas entre sus dueños. Fue la primera y única vez, a la fecha, que ha elaborado un informe situacional sobre dos países. Le siguieron uno en 1978 –cuando ya comenzaban a tronar bastante fuerte los tambores bélicos– y otro en 1994, dos años después de concluida la confrontación armada. Con Bukele sentado en la silla presidencial, visitó el país a finales del 2019 y en el 2021 publicó su informe de país sobre los derechos humanos en general; el último, dado a conocer recientemente ya instalado el “bukelato”, trata concretamente sobre el estado de excepción.

Desde mi conocimiento y experiencia, con sus limitaciones, de este debo destacar de sus conclusiones las siguientes. Primero: la andanada de muertes violentas intencionales de marzo del 2022 no continuó; entonces, no amerita mantener vigente el régimen de excepción. Deben derogarlo. ¡Ya lo prorrogó 30 veces desde aquella matazón! Es importante, además, “abordar las causas y consecuencias de la criminalidad”, integral e intersectorialmente; también tienen que adoptarmedidas de prevención, control y respuesta” sin dejar de garantizar el respeto de los derechos humanos. Asimismo, deben identificarse las circunstancias generadoras de presuntas violaciones de derechos humanos durante dicho régimen, así como sus responsables “institucionales e individuales”; también deben reconocer a las víctimas y los daños que les causaron para su “reparación integral”, asegurando que no se repitan esos hechos.

Como se aprecia, la rueda de nuestra historia se mueve pero no avanza en la materia. Sigue existiendo, instalada y “mejorada”, una fábrica de víctimas aceitada con escandalosos casos recientes de corrupción destapados a pesar de la férrea censura totalitaria; casos que han generado abundante indignación. Pero esta no basta. Para avanzar hacia el bien común y dejar atrás su persistente negación, el mal común, pasemos a la organización y la acción. El próximo 15 de septiembre se antoja, para ello, como una buena ocasión.

Posdata: Entre sus acepciones registradas en el Diccionario de americanismos de la Real Academia de la Lengua Española, chafarote aparece como “un miembro del ejército”. No se me vayan a ofender.