Hace un par de días leí una columna titulada "¿Debilitar el nivel de atención primaria es buena estrategia de salud pública?", publicada en un medio escrito nacional por mi amigo y colega, el Dr. Iván Solano, presidente del Colegio Médico.



En su artículo, el Dr. Solano reflexiona sobre el debilitamiento que está experimentando el sistema nacional de salud bajo la actual administración. Se refiere, en particular, al abandono que sufre el primer nivel de atención (puestos de salud, unidades de salud y centros de salud), lo cual afecta de manera significativa el acceso y la calidad de los servicios que se ofrecen a la población.

El artículo destaca que estos servicios de primer nivel son los más periféricos del sistema de salud y, por ende, los más cercanos a la población, tanto urbana como rural. La reflexión del Dr. Solano resulta especialmente pertinente en el contexto actual de nuestra salud pública.



Debido al "encarcelamiento" de los datos de salud pública ejecutado por el MINSAL—que impide a la población y al gremio médico acceder a información relevante—no es posible realizar un análisis más exhaustivo y concluyente sobre el impacto de este debilitamiento. Sin embargo, existen algunos datos manejados por organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud y otros, que nos permiten hacer ciertas proyecciones. Uno de estos indicadores clave es la expectativa de vida.

De acuerdo con datos de "database.earth", la expectativa de vida promedio en El Salvador para el año 2025 es de 72.52 años, desglosada en 67.99 años para los hombres y 76.70 años para las mujeres. Al comparar este indicador con otros países de Centroamérica, El Salvador se encuentra por debajo de Costa Rica (81.0 años), Nicaragua (76.5 años), Honduras (75.4 años) y Guatemala (73.7 años).

La expectativa de vida de la población es un indicador fundamental que refleja tanto el estado general de salud como la efectividad, accesibilidad y equidad del sistema de salud de un país. Interpretar este dato implica considerar varias dimensiones:

• Desempeño del sistema de salud: Una expectativa de vida alta suele asociarse con servicios de salud preventivos y curativos eficaces, acceso amplio a atención médica—incluyendo áreas rurales y marginadas—y la existencia de programas sólidos de vacunación, control de enfermedades crónicas y promoción de la salud. Por el contrario, una expectativa de vida baja puede indicar deficiencias en la calidad o el acceso a la atención médica, alta incidencia de enfermedades transmisibles, violencia, desnutrición o marcadas desigualdades en salud entre distintas regiones o grupos sociales.

• Desigualdades sociales y económicas: La expectativa de vida también es un reflejo de las condiciones sociales y económicas. Una cifra baja puede evidenciar desigualdades en educación, ingresos, acceso a saneamiento básico y nutrición, todos ellos determinantes sociales clave de la salud. Un sistema de salud equitativo ayuda a reducir estas brechas y mejora la expectativa de vida general.

• Comparación internacional: Analizar la expectativa de vida en relación con otros países permite evaluar la eficiencia relativa de los sistemas de salud, el impacto de las políticas públicas y los efectos de crisis sanitarias, como la pandemia de COVID-19, sobre la salud de la población.

En síntesis, la expectativa de vida es una herramienta integral para diagnosticar el estado de salud pública, identificar desigualdades y orientar políticas de mejora en el sistema sanitario.

Aunque El Salvador cuenta con un sistema de salud pública conformado por el Ministerio de Salud (MINSAL) y el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), muchas personas, especialmente en zonas rurales, enfrentan coberturas limitadas y fragmentadas. La inversión en formación y educación continua del personal médico es insuficiente, lo que afecta la calidad del servicio.

Si bien se han logrado avances en el control de enfermedades infecciosas, las enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y enfermedades cardiovasculares están aumentando rápidamente, en parte debido al envejecimiento poblacional, lo que genera una presión constante sobre el sistema de salud. Además, la violencia histórica, aunque actualmente reducida, sigue impactando negativamente la expectativa de vida en el país.

Un sector considerable de la población aún enfrenta pobreza, inseguridad alimentaria, baja educación y acceso limitado a agua potable, factores estructurales que el sistema de salud no logra compensar plenamente, reflejándose en la menor expectativa de vida comparada con otros países de la región. Aunque estas problemáticas son comunes en Centroamérica, parece que los sistemas de salud de países vecinos están abordándolas con mayor efectividad que el MINSAL.

Por ello, El Salvador y sus líderes en salud deben enfocarse en ampliar la cobertura universal, con una inversión sostenida en infraestructura sanitaria y en la formación del personal de salud. Esto debe integrarse con un enfoque en educación, prevención, promoción de hábitats saludables, alimentación adecuada y actividad física. Además, es fundamental apoyar estrategias para la reducción de la violencia y programas sociales que disminuyan las desigualdades sociales y económicas que afectan la salud de la población.