Nos hemos globalizado, ahora nos falta fraternizarnos. Es nuestra gran asignatura pendiente. Esto tampoco es nada nuevo, hace muchos años cuando se crearon las Naciones Unidas, un orbe conmocionado salía de un campo de batalla tan devastador que los líderes mundiales, se propusieron diseñar otros horizontes de entendimiento, donde gobernase la escucha y no el conflicto. En efecto, el momento actual nos demanda, en un mundo altamente interconectado, que aminoremos las tensiones y ensanchemos la diplomacia con abrazos sinceros, haciendo de la amistad social un estilo de vida cotidiana. Desde luego, el papel afectivo será efectivo, si la atención a las necesidades de los demás es positiva y leal, respetuosas con los derechos humanos; pues, el amor fraterno, va más allá de toda pertenencia, tiene que llegar a ser un auténtico latido en permanente servicio y un modelo a cultivar.



Naturalmente, en este principiante mandato universal se debe producir un innovador diálogo interactivo, que busque inyectar más confianza en internet, reducida la brecha en beneficio colectivo, sobre todo con vistas a la juventud y a las generaciones futuras, de manera especial en cuanto a la gobernanza de la Inteligencia Artificial, aplicada con la sabiduría del corazón, para una comunicación plenamente humana. Esto debe hacernos tomar conciencia, un aspecto a menudo descuidado en la mentalidad moderna y, sin embargo, esencial para el avance personal y social. Por este motivo, en los debates sobre la reglamentación del conjunto de tecnologías, se debería tener en cuenta la voz de toda la ciudadanía, incluidos los pobres, los excluidos, así como tantas otras gentes que, a menudo se quedan sin ser escuchados, en los procesos decisionales globales.

Por otra parte, la inteligencia artificial sin gobernanza es una amenaza para la democracia. Son estos derechos y valores democráticos los que están siendo atacados constantemente. El espacio cívico está disminuyendo hasta el extremo que las libertades se están erosionando, mientras crece la desconfianza y la polarización se intensifica. Desde luego, en ese principio universal hay que poner sentido común y deseos de cambiar de vientos, que han de ir desde el mantenimiento y la consolidación de la paz, hasta el desarme y las reformas del Consejo de Seguridad. Sea como fuere, no podemos continuar bajo el riesgo de que estalle una guerra nuclear o que las principales potencias entren en conflicto, deben amainar los huracanes para resolver los problemas, antes de que estas contrariedades nos atormenten.



Con esta delicada situación que se vive por todos los rincones del planeta, necesitamos activar más que nunca la integración entre los países, poniendo de relieve la primacía de las normas internacionales sobre la fuerza, con el instrumento del diálogo como potencial de entendimiento. Sólo hay que escuchar la voz de los trabajadores humanitarios, continuamente enfrentados a múltiples desafíos, mientras tratan de proporcionar asistencia vital; o leer las denuncias sobre abusos, torturas y hechos violentos como jamás, entre mundos diferentes, por parte de los investigadores encargados por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. El panorama no puede ser más desolador, tenemos que reconducirnos, actuando conjuntamente; pues, a pesar de estar hiperconectados, existe una fragmentación que hace más complicado resolver los problemas que nos afectan a toda la familia humana.

Trabajar en la realidad mundial debe ser algo prioritario. La decisión está en nuestras manos, nuestro deber radica en no ocultar nuestra natural lámpara cooperativista. De ahí, la importancia de saber gobernarse a sí mismo, antes de movernos en la necedad de los egocentrismos. Hay que donarse para hacer la mejor historia de amor entre nosotros. Su gobernanza debe dotarse de autoridad para asegurar la concordia de pulsos y el bien colectivo del planeta, con la erradicación del hambre y la miseria, como la defensa cierta de los derechos humanos elementales. Además, tenemos que salir del aislamiento, abrirnos a las visiones diversas, porque son las acciones vinculadas las que generan un orbe mejor para toda la humanidad, jamás los intereses individuales o las labores egoístas y partidistas. Al fin y al cabo, un nuevo mundo nace cuando las personas se abrazan a la verdad, desposeídos de todo.