He explorado territorios complejos y poco familiares en mi área cognitiva, donde reconozco que mi comprensión es limitada. Con todo, se trata de un tema esencial para el desarrollo nacional, por lo que resulta imprescindible reflexionar y analizarlo a profundidad. Este interés surge frente al más reciente reporte mensual del Banco Mundial, que aborda la situación económica actual y las perspectivas de crecimiento para El Salvador y la región.

En el último reporte mensual del Banco Mundial, publicado el martes 7 de octubre, se constata que Guatemala y Panamá lideran el crecimiento económico en Centroamérica para 2025, ambos con un 3.9% del Producto Interno Bruto (PIB). A estos dos países les siguen Costa Rica (3.6%), Honduras (3.5%), Nicaragua (3.1%), República Dominicana (3%) y, solo por encima de Belice (1.5%), se sitúa nuestro país, El Salvador, con un crecimiento proyectado del 2.5%.

Leo esto con sorpresa, pues, aunque la carga financiera familiar es palpable, mientras que las imágenes que nuestro actual gobierno proyecta muestran un panorama de bonanza, bienestar y felicidad del pueblo salvadoreño. Sonrisas, algarabía y fiesta llenan nuestras calles y avenidas del centro histórico. No es casual que los diputados de la Asamblea Legislativa no dejen de agradecer al presidente Bukele por el impacto de sus políticas en la vida cotidiana, políticas que ellos mismos han aprobado.

Pero ahí está la confusión: si el pueblo vive en un supuesto paraíso de felicidad, con el estadio y la biblioteca más grandes de Centroamérica, ¿por qué otros países centroamericanos, incluso algunos que miramos con desdén, registran un crecimiento económico más fuerte? Según reportes del gobierno, el turismo ha inundado nuestras playas y volcanes; se habló incluso de un "tsunami" de turistas hondureños dejando millones de dólares en nuestra economía. Pero ¿a dónde va ese dinero? ¿Por qué no se traduce en un mayor crecimiento económico?

El caso de Honduras, con su imagen de narcoestado y altos índices de violencia, y aun así con un crecimiento mayor al nuestro, levanta preguntas. Su población incluso clama por un liderazgo como el de Bukele, admirando lo "bonito" que está El Salvador.

¿Está equivocado el Banco Mundial? ¿Recibe dinero de intereses externos cuestionables? La explicación de esta contradicción radica en que el crecimiento económico no siempre se refleja de inmediato en la percepción social o en ciertos sectores visibles. Factores estructurales como la baja inversión privada, restricciones fiscales, productividad limitada, desigualdades, y desafíos institucionales que persisten, limitan la capacidad real de crecimiento sostenible. La retórica oficial y las imágenes pueden mostrar un progreso tangible en infraestructura y símbolos de desarrollo, pero estos no siempre corresponden a un crecimiento económico más amplio y equitativo reportado por expertos internacionales.

El período presidencial en el que El Salvador registró su mayor crecimiento económico reciente fue durante la administración del presidente Nayib Bukele, particularmente en el tercer trimestre de 2021, cuando el Producto Interno Bruto (PIB) creció un 11.7% en comparación con el mismo período del año anterior, según datos oficiales del Banco Central de Reserva (BCR). Este repunte estuvo impulsado principalmente por las actividades del sector servicios —restaurantes, hoteles, transporte, almacenamiento y servicios personales— y representó, en buena medida, un “efecto rebote” tras la fuerte contracción del -7.9% registrada en 2020, producto de la pandemia de COVID-19 y las restricciones sanitarias que paralizaron gran parte de la economía.

Sin embargo, el dinamismo no se sostuvo. En 2022 el crecimiento se desaceleró a un 3.2%, afectado por la alta inflación global y un entorno internacional menos favorable. En 2023, la economía repuntó ligeramente a 3.5%, gracias a la mejora en seguridad, el auge del turismo y un mayor dinamismo del consumo interno.

Los desastres naturales ocurridos en 2024, junto con una deuda externa que ya equivale al 88% del PIB, un desempleo estructural persistente y una baja calidad educativa, redujeron el crecimiento económico a un 2.6% y consolidaron un entorno poco atractivo para la inversión extranjera. Además, diversos registros indican que el gobierno de Nayib Bukele probablemente constituye el período presidencial en el que la deuda externa ha aumentado más en términos absolutos, al menos desde que existen registros comparables a partir de 1991.

Un crecimiento económico débil, como el actual, limita la generación de empleo, incrementa la pobreza y frena la inversión pública en salud y educación, ya que los ingresos fiscales crecen lentamente. Esto, a su vez, debilita la demanda interna y restringe el consumo.

En este contexto, El Salvador necesita con urgencia estrategias efectivas para reactivar su economía. Ha llegado el momento de evaluar el impacto económico de un régimen de excepción que ya suma tres años de vigencia, y preguntarnos si las políticas actuales están realmente contribuyendo al desarrollo sostenible del país.