El momento singular de Masferrer no tiene que ver solo con la política. A finales de 1930 renunció a la dirección del periódico Patria, que bajo su inspiración se fundó en 1928. El paso que dio, para algunos un gesto pragmático que lo puso en una situación incómoda, lo llevó al corazón de la vida de la pequeña república salvadoreña: fue diputado de la Asamblea Nacional y asesor principal del presidente que salió electo, en febrero de 1931, en la por mucho tiempo la única elección libre del siglo XX. Todo salió mal. Ese nuevo gobierno trastabilló en la gestión económica y se deslizó en una escala represiva. Masferrer en septiembre dejó tirado todo y se fue a Guatemala. Atisbó que la situación se saldría de curso. Y así fue: el 2 de diciembre de 1931 un golpe de Estado tumbó a Araujo y el 22 de enero de 1932 se dio el estallido insurreccional con la mayoritaria participación de campesinos y de indígenas del occidente del país, bajo la pequeña y errática conducción de la militancia comunista de entonces.



El golpe del 2 de diciembre, hasta donde se sabe, se gestó desde la Escuela de Cabos y Sargentos (una instancia militar fundada por Maximiliano Hernández Martínez). Y son los 'alumnos’ (de Hernández Martínez) del entonces vicepresidente de la república los que lo llevaron al solio presidencial. Los testimonios, escritos y declaraciones de dos de ellos ―Joaquín Castro Canizalez ('Quino Caso’) y Jacinto Castellanos Rivas― así lo confirman.

Masferrer está fuera de la conspiración que botó a su ex asesorado, Arturo Araujo, pero también no tiene nada que ver con la tentativa insurreccional animada desde las filas de la militancia comunista. Su autoexilio en Guatemala es un intento de guardar distancia.



Sin embargo, a pesar de lo importante de la circunstancia nacional, Masferrer se hallaba desgarrado en su fuero interior por la endiablada pasión amorosa que desde hacía un par de años lo tenía asido a Hortensia Madriz. Poco se habla de esto, pero es relevante para entender a Masferrer.
Hortensia Madriz era la hermana menor de Mercedes Madriz, esposa desde 1930 de Napoleón Viera Altamirano, el emblemático periodista liberal fundador de El Diario de Hoy en 1936.
Masferrer pasaba de los 60 años y Hortensia era una veinteañera. Este solo hecho podría dar cuenta del 'torbellino de pasiones’ que arrostraba este hombre público que vivía aquel secreto desgarrador. Las cartas que se han logrado rescatar del olvido (gracias a que Hortensia las guardó y después su hija ―Helia; quien hasta el final de sus días se ‘encontró’ con su padre biológico leyendo sus cartas― las entregó a Corina Bruni y esta las depositó en el Archivo General de la Nación) informan del estado de turbación y ¡fascinación! que vivía Masferrer.
Las circunstancias de los últimos años de la vida de Lenin, sobre todo a partir de 1922 (murió el 21 de enero de 1924) son de un gradual agotamiento de sus posibilidades vitales. Aunque todos los testimonios coinciden en señalar que se mantuvo con lucidez mental hasta el final. En ese sentido puede indicarse que observó sin poder incidir la feroz disputa de poder que ya estaba plantada antes de su desaparecimiento, y que tenía en bandos opuestos a Trotsky y a Stalin.

A Masferrer le ocurrió otro tanto, pero quizá con un acento más dramático y por partida doble. Porque observó en lontananza cómo El Salvador entraba en la gruta del paroxismo de la violencia y donde los campesinos e indígenas de la zona occidental llevaron la peor parte. Impotente vio aquello desde Guatemala primero y después desde Honduras porque hacia allí fue expulsado. Frustrado, desmoronadas sus perspectivas político-sociales.

Pero para Masferrer las cosas eran más complicadas, porque la pasión erótico-amorosa que había vivido con Hortensia Madriz se encontraba en estado de fragmentación, puesto que la familia de ella decidió trasladarla a Europa. En las desgarradas y desesperadas cartas de Masferrer este hecho de separarse de Hortensia lo había impactado mucho y en las cartas en algún momento dice, a inicios de 1932, que está juntando dinero para encontrarla en Europa. Deliraba, desde luego. Estaba debilitado, empobrecido y desilusionado y había comenzado a apagarse.

El 4 de septiembre de 1932 murió Alberto Masferrer lejos de su amor 'desesperado’ que desde 1930 vivía en Bélgica con la hija de ambos, Helia, que guardaría las cartas y las regresaría a El Salvador.

Así, dos contemporáneos, en las antípodas, alcanzaron a ver cómo sus ideas comenzaron a torcer por caminos que quizá ni Lenin ni Masferrer habían imaginado.

• Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones