“Vagando por las calles, mirando la gente pasar, el extraño del pelo largo sin preocupaciones va. Hay fuego en su mirada y un poco de insatisfacción por una mujer que siempre quiso y nunca pudo amar jamás, jamás”. Así inicia la emblemática canción que en la voz de un tal Roque Narvaja, nacido en la ciudad argentina de Córdova iniciando la década de 1951, nos impactó en 1969 por su música cautivadora y su aparentemente insustancial letra. Un par de años después, acá ocurrió lo mismo con otra rola cuyo contenido no admitió miserias ni su autor se anduvo con pendejadas; este se fue con los tacos por delante, enfrentando riesgosas consecuencias, para denunciar el lugar en el que ‒sobre todo la juventud perteneciente a nuestras mayorías populares, el campesinado, el magisterio y quienes acompañábamos sus luchas‒ vivíamos entonces: un país “dominado por los cerdos disfrazados con armas y garrotes para poder asustar”.
Tuvimos que sufrir una prolongada guerra para superar temporalmente esta última condición, arrebatándole a la Fuerza Armada el rol que la clase dominante le colgó desde diciembre de 1931 hasta finalizar dicha confrontación armada en 1992: ser la encargada de “garantizar” el sostenimiento de una falsa democracia. “El ejército vivirá mientras viva la república”, es una frase repetida en El Salvador a lo largo de los años; esta es atribuida falsamente, según el historiador Carlos Cañas Dinarte, a su fundador hace dos siglos: el general Manuel José Arce, primer presidente de la República Federal de Centro América.
Errónea pero hábilmente utilizada a lo largo de la historia oficial, esa cantaleta ha servido para justificar ‒con palabras bonitas y hasta convincentes‒ su existencia en medio de una realidad donde el enunciado, más bien, debería ser algo que cae por su propio peso: “el ejército servirá para mantener viva la dictadura”. Y en función de eso, se ha venido abonando el camino desde el 2019 en adelante con la llegada de Nayib Bukele a Casa Presidencial. Algunos eventos que ilustran lo anterior, se repasan a continuación.
Diez días después de asumir su cargo el 1 de junio de dicho año como primer mandatario, al momento de recibir el bastón de mando por ser el comandante general de la Fuerza Armada, Bukele hizo que los integrantes de la tropa presente en la ceremonia juraran ‒en nombre de sus colegas‒ “ser leales y tener disciplina, honor” hacia él, primero, y hacia la patria después. Asimismo, el 9 de febrero del año siguiente ocupó el Salón Azul de la Asamblea Legislativa con militares acompañados de policías. También es ampliamente conocido el predominante rol desempeñado por la soldadesca en el marco de la pandemia del 2020 y durante los “cercos de seguridad” ordenados para capturar presuntos delincuentes.
Por ello, no deja de causarme sorpresa e inquietud el excesivo cúmulo de ingenuidad política de quienes ponen el grito en el cielo por el nombramiento de una capitán al frente del Ministerio de Educación. Preocupa que lo vean como una “cortina de humo” más y no como parte de un proyecto que pretende consolidar la imposición del autoritarismo por encima de la autoridad. La raíz etimológica de esta última proviene del latín “augere”, que significa hacer crecer; la autoridad la posee y la ejerce, pues, quien procura y consigue el desarrollo humano positivo de otras personas. Considerando lo anterior, cabe preguntarse: ¿en qué está haciendo crecer o en qué va a hacer crecer Bukele, con sus políticas, a nuestra niñez y juventud perteneciente a las mayorías populares.
En tal escenario, que no nos extrañe si más adelante se revive el servicio militar obligatorio en la carta magna que están confeccionando a la medida, de acuerdo a los tiempos y las intenciones del “bukelato”. Ese asunto volvió a ser considerado en las discusiones realizadas hace pocos años, cuando aquel mantuvo entretenido a su segundón colocándolo al frente de una comisión desde la cual pretendió impulsar –con más pena que gloria– un “proceso” dizque de consulta para presentarle a su jefe una propuesta de reforma constitucional. ¿O estaremos además dispuestos a consentir que en su artículo 7 continúe prohibiéndose “la existencia de grupos armados de carácter político, religioso o gremial”, pero con este agregado: “salvo los casos previstos por la ley”?
Concluyo preguntándome si, más allá del espectáculo oficialista, ¿estamos creciendo como sociedad? El extraño del pelo largo, aunque se lo corten, ¿seguirá buscando ya no una sino dos mujeres llamadas “seguridad humana” y “justicia imparcial” para no permitir, así, que se consume un calamitoso retorno al planeta de los cerdos?