Desde esta columna, donde la lupa de la criminología y la seguridad pública se posa sobre las decisiones que impactan nuestro tejido social, la reciente noticia sobre la venta de cerveza en los estadios de la Primera División del fútbol salvadoreño nuevamente es, a todas luces, una espada de doble filo. Si bien puede ser vista como una medida para modernizar la experiencia del aficionado y generar ingresos para los clubes, desde nuestra perspectiva, introduce una variable de riesgo que exige un análisis meticuloso y no la podemos tomar a la ligera.
Es un hecho demostrado que la violencia en el deporte, especialmente en el fútbol, no es un fenómeno exclusivo de las aficiones, sino un complejo problema que se nutre de factores situacionales, culturales, antropológicos, sociológicos, de una violencia estructural en la sociedad entre otros. En este escenario, el alcohol es, sin duda, un catalizador de la violencia. La criminología nos ha enseñado que el consumo de bebidas alcohólicas provoca un efecto de desinhibición: reduce la capacidad del individuo para controlar sus impulsos y para evaluar las consecuencias de sus acciones. En un entorno cargado de pasión, rivalidad, cánticos, emociones colectivas, y lamentablemente en muchos casos de fanatismo, esta desinhibición puede ser el detonante de una escalada de conflictos.
No es lo mismo tomarse una cerveza en un bar tranquilo, en un restaurante, que hacerlo en una grada donde el grito y la provocación son parte de la "fiesta" y a eso agregue en muchos casos altas temperaturas por la hora que se programan los partidos, la provocación entre semana previo a los partidos, el morbo, absurdas rivalidades. El alcohol en el contexto de un partido donde existe una historia y antecedentes de actos de violencia, especialmente en la proximidad de las denominadas barras bravas, puede transformar la rivalidad en hostilidad y la frustración de un resultado adverso en una reacción violenta. La violencia situacional, que ocurre en un momento y lugar específicos, se ve magnificada por la influencia del alcohol, convirtiendo un altercado menor en un disturbio masivo que pone en riesgo la vida de los aficionados, incluyendo familias, mujeres, niños y adultos mayores que han regresado a los estadios bajo la promesa de seguridad. Solo en expresiones de violencia contra la mujer se generan posibles delitos en los escenarios deportivos por el efecto del alcohol y una cultura machista en los estadios.
Si bien es cierto que El Salvador ha logrado relevantes avances en la seguridad pública y en el control de las pandillas, la memoria de las riñas y disturbios en los estadios está aún fresca. Permitir nuevamente la venta de alcohol en este contexto no es un gol de la tranquilidad; es un retorno a una zona de riesgo que ya conocíamos. La experiencia internacional, desde Europa hasta Suramérica, ha demostrado que las medidas de seguridad más efectivas van de la mano con una regulación estricta del alcohol, llegando en muchos casos a la prohibición total en los recintos deportivos.
Por ello, la decisión de permitir la venta de cerveza debe venir acompañada de un plan de seguridad integral y detallado, que continua sin existir, y tampoco el ente rector ha tomado la responsabilidad y autoridad que le corresponde, por el contrario, autorizan la venta de alcohol. Una vez más desde esta tribuna recomiendo a las autoridades federativas y a los clubes de la Liga Mayor de Fútbol que consideren revertir esta disposición que en nada contribuye hacia una cultura de paz y sana convivencia dentro y fuera de los estadios. Las condiciones de la sociedad salvadoreña y de nuestra afición no es de otras latitudes y culturas La manera de ingerir bebidas alcohólicas en nuestro país es diferente incluso que en América Latina.
Es más lamentable escuchar al presidente de la comisión de regularización el panameño Rolando González establecer que hasta el minuto 60 van a vender la cerveza, sin ningún criterio técnico científico forense, desconociendo la realidad de la violencia en los estadios de nuestro país y las lesiones, amenazas, daños y otros delitos por la violencia de algunos aficionados e incluso de delincuentes camuflajeandose en las barras. Ni como opera el alcohol etílico al ingresar al cuerpo, ni las fases de la ebriedad.
El fútbol es una pasión, no una excusa para la violencia. El éxito de esta nueva disposición no se medirá por los ingresos generados, sino por la ausencia de incidentes violentos. La responsabilidad ahora recae sin duda sobre los presidentes y juntas directivas de los equipos de la primera división y las autoridades de la FESFUT, en espera que asuman ante los actos de violencia que se van a presentar; así como asegurar que esta medida no se convierta en una victoria pírrica donde el gol de la rentabilidad termine costando la paz de la afición.
*Por Ricardo Sosa, Doctor y máster en Criminología. Experto en seguridad de estadios