Doctorcita, me dijo el médico jefe del servicio, ¡qué bonita ha venido hoy...con esas piernas tan lindas cualquiera se derrite! Ese tipo de comentarios los escuchaba día sí y día también. Eran insoportables, lo recuerdo con tanta angustia. Al final, tuve que dejar mis estudios de residente en ese hospital, ver y escuchar ese horripilante ser humano era insuperable (testimonio de una medica residente de un hospital escuela de nuestro sistema de salud).



La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el acoso sexual como: “Comportamiento en función del sexo, de carácter desagradable y ofensivo para la persona que lo sufre. Para que se trate de acoso sexual es necesaria la confluencia de ambos aspectos negativos: no deseado y ofensivo”. El acoso sexual en el lugar de trabajo comprende 3 formas principales: la coacción sexual, consistente en el uso de recompensas o amenazas profesionales a cambio de favores sexuales; atención sexual no deseada, como insinuaciones sexuales no deseada, tocamientos, agresiones o violaciones; y el acoso por razón de sexo, que se refiere a insultos verbales ofensivos, gestos o comentarios sexistas como «Las mujeres no deben trabajar en cirugía».

La práctica indiscriminada del acoso sexual dentro de las instituciones medicas es común. En 2018, un estudio de la Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NAS) reporto que el acoso sexual era altamente prevalente, con más del 45% de las mujeres en medicina experimentando hostilidad sexista y el 18% experimentando un comportamiento grosero. Los hallazgos confirmaron que el acoso sexual se asocia con la obstaculización de la consecución de objetivos profesionales y educativos para las mujeres, socava la integridad de la investigación, reduce la reserva de talento y produce resultados negativos en la salud física y mental de las víctimas y los espectadores.



Como médico formado en nuestra universidad nacional y su red de hospitales escuela, he sido testigo, además de escuchar innumerables testimonios de compañeras y colegas, de actos de acoso sexual y laboral en nuestro gremio. Durante mi formación profesional, este tipo de conductas eran completamente normales y parte de la práctica diaria, especialmente entre estudiantes, pero mucho más prevalentes cuando existía una brecha de autoridad entre el acosador y la acosada. En más de una ocasión, observé la angustia reflejada en los ojos de alguna amiga y compañera, llenos de lágrimas, ante la impotencia de no poder responder ni actuar frente a tales comportamientos.

Denunciar se convertía en un suicidio profesional, poniendo fin a una carrera tan sacrificada. La opción más “inteligente” siempre parecía ser ignorar y sufrir en silencio.

En 2017, un médico epidemiólogo del hospital Zacamil, acusado de acoso sexual por una colega de dicho centro, fue condenado a tres años de prisión después de que la Fiscalía General de la República, a través de su oficina en Mejicanos, lograra comprobar el delito ante el Juzgado Quinto de Sentencia de San Salvador. Sin embargo, se le otorgó la suspensión de la ejecución de la pena, sustituyéndola por reglas de conducta impuestas por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria. El perfil de LinkedIn de este médico, revisado esta semana, lo describe como epidemiólogo del hospital Zacamil desde 2004 hasta la actualidad, lo que implica casi 20 años de trabajo ininterrumpido en el centro, a pesar de haber sido denunciado, acusado por la FGR y condenado por un juzgado del sistema de justicia. Esto nos lleva a cuestionarnos por qué persisten estos comportamientos en nuestra sociedad, especialmente en un campo académico como la medicina.

¿Porque es común esta práctica en el campo de la medicina?
Un análisis simplista y rápido de la ubiquidad de este comportamiento en el ámbito médico, basado en escasos reportes en la literatura, especialmente a nivel local, identifica tres variables culturales como causales directas. En primer lugar, la jerarquía marcada en la relación entre docente/jefe y estudiante/subordinado propicia un aumento del maltrato y otras formas de violencia, perpetuando así estos episodios. Esta cultura jerárquica se complementa con una visión machista de la mujer, que, según el académico jesuita Martín Baró, se basa en el enclaustramiento familiar, la virginidad, la fidelidad, el sometimiento al varón y la preservación de los valores familiares. A estas dos variables se suma una profunda cultura de impunidad frente al acoso sexual en el entorno laboral.

En conclusión, el acoso sexual en el ámbito médico es un problema sistémico que requiere una atención urgente y una respuesta integral. Los testimonios de quienes han sufrido este tipo de abuso revelan un ambiente de impunidad que perpetúa la violencia y el sufrimiento. La jerarquía marcada en las relaciones laborales, la cultura machista y la falta de mecanismos efectivos de denuncia y protección contribuyen a normalizar estas conductas inaceptables. Es fundamental que las instituciones de salud implementen políticas claras de cero tolerancia, promuevan la formación en temas de género y acoso, y creen espacios seguros para que las víctimas puedan denunciar sin temor a represalias. Solo así podremos avanzar hacia un entorno médico más equitativo y respetuoso, donde todos los profesionales, independientemente de su género, puedan desarrollar su labor sin temor a ser objeto de acoso. La erradicación del acoso sexual no es solo una cuestión de justicia, sino también un imperativo ético que afecta la calidad del cuidado de la salud y el bienestar de toda la sociedad.