De nuevo Donald Trump está de regreso en la Casa Blanca, y eso es significativo y tiene consecuencias que deben tomarse en cuenta. Creer que esta victoria electoral inobjetable de Trump es la señal de un cambio espectacular en la situación mundial, en realidad, no se corresponde con la dinámica real de los procesos económicos y sociales. Sobre todo, porque se parte del supuesto infundado de que Estados Unidos está ubicado en la cúspide de las grandes potencias y que se hace lo que ese país dice.



Las declaraciones de Trump así lo sugieren. Pero no es así. Hay otros factores mundiales de poder que deben considerarse. De hecho, la victoria electoral de Trump es una 'reacción conservadora’ que pretende remontar el evidente declive de Estados Unidos.

Sobre la más grande potencia mundial del planeta hoy nadie niega que vive una prolongada ‘crisis de reproducción social’. Y de eso ya casi van 50 años. En lo militar el poderío estadounidense es notable, eso sí, a un alto precio. En lo económico, por hoy, Estados Unidos renquea y China le pisa los talones: la nueva infraestructura en el Pacífico peruano ―el megapuerto de Chancay― es una muestra del trazo largo chino frente a la 'parálisis’ económica de Estados Unidos.



Este debería ser el punto de partida para comprenderla la razón de que sea Trump y no otro 'objeto político’ el que se ha impuesto en el terreno electoral este noviembre en Estados Unidos.

Hay una ‘crisis sistémica’ que no ha logrado buscar vías resolutivas más o menos duraderas y ahora Estados Unidos tiene varios flancos abiertos que detienen su marcha.

¿Son Trump y el Partido Republicano la solución a los problemas estadounidenses? Quizá no, pero el voto popular y el voto de los colegios electorales así lo han decidido. ¿Eran Kamala y el Partido Demócrata la solución? Tampoco. Los problemas de Estados Unidos son muy complicados en todos sus ámbitos (económicos, demográficos, ambientales, sociales, políticos, culturales) y las formulaciones de demócratas y de republicanos se quedan cortas siempre.

Los ocho años de Obama (2009-2017) muestran lo poco que puede avanzarse en la reformulación unilateral de la vida en Estados Unidos. Se requiere de un planteamiento de nuevo tipo y Trump no lo lleva en su alforja. La propuesta de solución de Trump es simple: parar la inmigración hoy incontenible, contribuir a cesar las guerras en ese momento activas en el mundo (Ucrania, Gaza...) y regresar la 'grandeza económica’ de América (dice así, pero se refiere a Estados Unidos nada más).

Esta elección que enfrentó a los dos grandes partidos, Demócrata y Republicano, en realidad permite asomarse a los grandes intereses corporativos que están en disputa. Suponer que todo se reduce a las votaciones (popular y de colegios electorales) sería una ingenuidad imperdonable.

De igual modo, insinuar que la 'izquierda’ y la 'derecha’ se han enfrentado, sería un colosal yerro interpretativo. Porque ni el Partido Demócrata es la 'izquierda’ ni el Partido Republicano es la 'derecha’. Se trata de dos grandes (y monstruosos) aparatos partidarios que tienen el control del sistema electoral estadounidense. Un sistema, por cierto, lleno de recovecos y pasadizos.

El tema de la inmigración incontrolada que Trump ha enarbolado y convertido en bandera electoral (y que a partir de enero será política de Estado) tiene en su punto de partida un cúmulo de prejuicios y una difusa apuesta económica. Si se ponderan los más de 10 millones de inmigrantes en condición irregular (y donde los mexicanos son la mayoría) y se establece su ubicación en los diferentes sectores de la economía de Estados Unidos, pues resulta un tanto desconcertante esa pretensión de expulsarlos.

¿Será que los estadounidenses de bajos ingresos reemplazarán a este inmenso contingente de trabajadores? Hay algo de demagogia y de tremendismo de parte de Trump con este anuncio. Y quizás en algunos estados clave (California, Florida...) esto no podría concretarse con la facilidad y la celeridad que Trump exige.

Sobre la propuesta de Trump de parar las guerras, hay que aclarar que esta no es una postura pacifista que Trump está esgrimiendo. Lo que pasa es que para Trump, el Partido Republicano y los intereses corporativos que están amalgamados estas no son 'sus’ guerras. De hecho, Trump ha comenzado a filtrar que no quiere 'esas’ guerras, pero sí quiere que el poderío militar no decaiga.

Aquí, como en otras cosas, asoma ese fantasma que recorre Estados Unidos y que decide en la sombra muchas situaciones, o para decirlo de forma amable: los intereses del complejo
industrial militar son platos que siempre están servidos en la mesa.

Y lo de recuperar la grandeza de Estados Unidos, pues es solo una fantasía política que la realidad económica no permite cristalizar. Trump entra con fuerza, pero en el escenario hay más actores.

Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones