La decisión surgió luego de que el cónsul de China nos informó que la visa podría tardar hasta un mes.



En esos días, en Mongolia, la temperatura era de -16°C. A pesar de estar todavía en otoño, lo que significaba que en un mes podría descender hasta un mínimo de -35°C, lo cual es normal en cada invierno.

Para nosotros era difícil continuar la ruta en bicicleta, tomando en cuenta estos datos Pero no queríamos tomar un vuelo a Japón y luego el barco a México.



Así que, después de pensarlo por unos días, decidimos modificar la ruta, incluyendo al proyecto el sudeste asiático, empezando con lo que antes se conocía como Indochina.

Aterrizamos en Vientián, la capital de Laos. A las 4 de la madrugada, afuera del aeropuerto, armamos las bicicletas y comenzamos a recorrer esta región que hasta el día de hoy me llena de asombro.

El ahuachapaneco José Ruiz continuó en Laos su viaje por el mundo en dos ruedas. / Cortesía José Ruiz y Marica van der Meer.
El ahuachapaneco José Ruiz continuó en Laos su viaje por el mundo en dos ruedas. / Cortesía José Ruiz y Marica van der Meer.


Para el ciclista, el cambio de ruta fue como regresar a casa. / Cortesía.
Para el ciclista, el cambio de ruta fue como regresar a casa. / Cortesía.


Chepe Ruiz, como es conocido el ciclista, ingresa a Laos. / Cortesía José Ruiz y Marica van der Meer.
Chepe Ruiz, como es conocido el ciclista, ingresa a Laos. / Cortesía José Ruiz y Marica van der Meer.

Como si volviera a casa

Después de pedalear largos trechos, en un entorno desolado, extenso y frío, de pronto estábamos en un país muy poblado, con un paisaje de montañas verdes y un clima como el de El Salvador. Aquello fue para nosotros como llegar a un paraíso tropical y, en cierto modo, para mí, como si volviera a casa.

Me emocioné tanto cuando reconocí un arbolito de capulín. Volví a ver los mercados, donde encontré los mangos, cocos y hasta jícamas y otras muchas frutas nuevas para mí. Fue como regresar a mi colorida infancia.

La oportunidad que te da viajar en bicicleta es el contacto directo con las personas.

En Laos, eso lo tuvimos a mansalva desde el principio. Cada día fue un reencuentro con su historia y un descubrimiento de sus costumbres.
El viajero salvadoreño destaca la hospitalidad con la que es recibido en el Sudeste Asiático. / Cortesía.
El viajero salvadoreño destaca la hospitalidad con la que es recibido en el Sudeste Asiático. / Cortesía.


/ Cortesía.
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El salvadoreño valora mucho la experiencia con las personas que visita durante su viaje. / Cortesía.
El salvadoreño valora mucho la experiencia con las personas que visita durante su viaje. / Cortesía.


Nunca había percibido sonrisas tan auténticas como las que me brindaron los niños de las escuelas de las villas y los ancianos de los poblados, rodeados de arrozales y alejados de las carreteras asfaltadas.

Los laosianos no gritan; tienen la creencia de que esto atrae mala suerte. Ni tampoco hacen sus tareas con prisa; no ven el tiempo como un tirano, viven inmersos en su propio ritmo y su calma.

Una cultura de la cual fuimos beneficiados, dado que, en las carreteras, los conductores nunca nos pitaban y siempre nos dejaban pasar en los cruces.

Durante el conflicto armado, en este territorio cayeron unas 270 millones de bombas. Se estima que unas 70 millones aún están dispersas por todo el país sin explotar, lo que significa para nosotros tener mucha precaución a la hora de acampar.

Chepe Ruiz con una de las bombas dispersas por la región. / Cortesía.
Chepe Ruiz con una de las bombas dispersas por la región. / Cortesía.


/ Cortesía.
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Pedaleamos hacia el norte del país en dirección a la frontera con Vietnam. A los pocos días, llegamos a Luang Prabang, una ciudad milenaria con pagodas –edificio de varios niveles– budistas y a la orilla del río Mekong, que nace en China y pasa por tres países. Este río es la única vía naviera, ya que Laos es un país mediterráneo, es decir, sin acceso a un océano.

En esta ciudad, pudimos ver a los monjes que, a las 5 de la mañana, salen descalzos por las calles y pasan por las casas recogiendo limosnas en forma de alimentos y, algunas veces, dinero.

Pero ser testigos de cómo esta sociedad cura sus heridas y avanza entusiasma a todo aquel que, con un considerable nivel de conciencia, la visita.

/ Cortesía.
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José Ruiz junto a la ciclista y fotógrafa holandesa Marica van der Meer, en su visita a Laos. / Cortesía.
José Ruiz junto a la ciclista y fotógrafa holandesa Marica van der Meer, en su visita a Laos. / Cortesía.

Viaje a Vietnam: reflexiones desde el asiento de una bicicleta

Podría ser interesante saber las experiencias vividas por alguien que recorre un país en bicicleta.

Tomando en cuenta el valor que estas representan, ya que, para contar una anécdota o mostrar una fotografía, se tuvo que pedalear kilómetros bajo diversas condiciones en entornos al aire libre.

De Laos se trasladaron a Vietnam. / Cortesía
De Laos se trasladaron a Vietnam. / Cortesía


¿Cuáles serán aquellos aspectos naturales y sociales que más agradan y sorprenden? ¿Qué diferencias nos separan o qué similitudes nos acercan como sociedad? ¿Cuáles circunstancias se pueden considerar como obstáculos? Y ¿cómo se percibe la realidad de los locales, vista desde la perspectiva de alguien común y corriente que ha nacido en otro continente, y más aún, en un país como El Salvador?

Para desarrollar este análisis, hemos ordenado cada tema en las categorías a continuación.

La historia oculta de Vietnam: entre bombas y sacrificios

La sensación que se presenta desde que cruzamos la frontera, una vez ya dentro del país, es su historia, o la poca historia verdadera que sabemos de este.

En mi caso, mientras voy descendiendo de las montañas hacia Dien Bien Phu, no puedo dejar de imaginar las miles de bombas cayendo del cielo, luego el dolor, la incertidumbre, el miedo, el odio, la guerra... locura. Mientras que a nosotros en casa, Hollywood nos bombardeaba con películas y series de televisión donde solo se exponía una versión de la realidad.

Es por eso la importancia de estar aquí y ver de primera mano la otra cara de su realidad. Un anciano contaba que, cuando sus ancestros hacían sonar el cuerno del búfalo, toda persona capaz de moverse tenía la obligación moral de defender la tierra donde nació. Contaba que el cuerno del búfalo emite un sonido escalofriante porque significa la muerte, anuncia el sacrificio, que es el único camino hacia la libertad.

En Vietnam. / Cortesía.
En Vietnam. / Cortesía.

La geografía vietnamita: de montañas a costas tropicales

Las personas que pueden hablar con seguridad sobre un terreno y sus características son los ciclistas, porque las viven en carne propia.

En este caso, las rutas transitadas fueron, en su mayoría, un reto en diferentes sentidos. La mayoría del trayecto son elevaciones desde el nivel del mar hasta 2,000 metros de altura, luego tramos planos por la costa, pero con lluvia o viento. Y, por si fuera poco, hay que lidiar con un tráfico de camiones y miles de motos que no dejan de poner nervioso al ciclista.

Una vez que se han logrado sobrellevar estos obstáculos con un poco de paciencia, el resultado siempre será gratificante. Porque allá arriba de la montaña hay una panorámica espectacular, poco vista en otros países. Amanecer en una de las playas tropicales hace que valga la pena haber soportado el clima, y que el bullicio y el caos vehicular de las ciudades logren que se vuelvan parte de la atracción.

La economía vietnamita

Hay que resaltar el evidente crecimiento económico que está experimentando esta nación. Algunos analistas dicen que sería mayor si no hubiera tantos laberintos burocráticos pero, si nos ponemos a pensar en el tiempo desde su reunificación hasta la fecha, es un avance acelerado y con expectativas positivas, que no deja de sorprender.

/ Cortesía.
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La cultura vietnamita

Es demás comentar sobre su milenaria civilización, ya que está viva; se puede percibir en cada pueblo y aldea, resistiendo los cambios de un mundo moderno y tecnológico.

Sin embargo, también vemos cómo fluye lo tradicional y lo actual en favor de un progreso.

Pasé por un tramo del país, por la parte más estrecha del mapa. Por ahí, hay muchos arrozales de un lado al otro de la carretera. Lo que me llamó la atención fue que, en toda el área cultivada, había tumbas. Eran arrozales y cementerios a la vez: agricultura y monumentos... vida y muerte.

Entonces, sin dejar de pedalear, pensaba:

"Seguramente los muertos que están ahí son los abuelos de las personas que están trabajando a su alrededor. Ellos murieron y fueron enterrados en estos campos de arroz donde trabajaron toda su vida. Ahora, los restos de sus cuerpos nutren esta tierra, y sus hijos y nietos se alimentan de ellos".


Luego, estos hijos y nietos morirán y serán enterrados ahí mismo, y así, generación tras generación, se alimentará y alimentará a sí mismos con sus mismos cuerpos. Es de lo más asombroso que hasta ahora he visto.

/ Cortesía.
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Con el embajador salvadoreño en Vietnam, Rubén Orozco, quien los recibió. / Cortesía.
Con el embajador salvadoreño en Vietnam, Rubén Orozco, quien los recibió. / Cortesía.

Lo que Vietnam tiene para enseñar al mundo

Lo más valioso que los vietnamitas pueden aportar al mundo es su ejemplo: el fuerte amor a su tierra, el entusiasmo ante la vida, y resiliencia ante la dificultad. Y la perseverancia con que enfrentan las adversidades de la existencia.

Quedé asombrado al ver cómo las mujeres están presentes en labores que, en nuestra sociedad, se consideran solo para hombres.

/ Cortesía.
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Me motivó ver a los ancianos formando parte y siendo tomados en cuenta en todas las áreas de la comunidad.

Para concluir, Vietnam es un país que puedo recomendar recorrer por su colorido panorama, su gastronomía, su historia y, lo más valioso, su gente, que siempre te dibuja una sonrisa al verte pasar en bicicleta. Aclaro: esta es mi opinión personal.

En su paso por Vietnam, se encontró con un grupo de niños en una escuela. / Cortesía.
En su paso por Vietnam, se encontró con un grupo de niños en una escuela. / Cortesía.

En Vietnam. / Cortesía.
En Vietnam. / Cortesía.

En Vietnam pasaron la Navidad. / Cortesía.
En Vietnam pasaron la Navidad. / Cortesía.

Camboya: un pasado que aún grita

Obtuve la visa de Camboya el mismo día que llegué al punto de ingreso. Me la dieron por 30 días, suficiente para hacer una ruta que arrojara información de interés personal acerca de este país.

Ya en los primeros kilómetros, empecé a percibir la tristeza en los rostros de los mayores. Los niños, en cambio, eran más espontáneos al vernos pasar; soltaban gritos o corrían para hacerse notar y saludarnos moviendo sus manos.

En Phnom Penh (la capital), nos encontramos con el legendario río Mekong. Allí también tuve la suerte de reunirme con un grupo de salvadoreños residentes en Camboya, algunos con más de una década en el país. Cada uno contó cómo llegó y cuál fue su proceso de adaptación en un continente tan lejano a casa.

Con salvadoreños residentes en Camboya. / Cortesía
Con salvadoreños residentes en Camboya. / Cortesía


José Ruiz mientras acampaba en Camboya. : Cortesía
José Ruiz mientras acampaba en Camboya. : Cortesía


Marica van deer Mer, ciclista y fotógrafa de los Países Bajos. / Cortesía.
Marica van deer Mer, ciclista y fotógrafa de los Países Bajos. / Cortesía.


Una reunión valiosísima, no solo en lo afectivo, sino también porque me proporcionaron datos comparativos de esta cultura y la nuestra.

Phnom Penh es una ciudad que muestra una acelerada urbanización y un evidente crecimiento económico. También compite por la atracción de turismo internacional, a pesar de estar rodeada por potencias turísticas como Tailandia y Vietnam.

Pero en esta ciudad también está el triste recuerdo que ha marcado al menos a tres o cuatro generaciones.

El Museo del Genocidio: la escuela que fue prisión

Para entender más sobre el tema, visitamos el Museo del Genocidio, que está ubicado en lo que un día fue una escuela, la cual uno de los más crueles regímenes convirtió en prisión.

Ahora, en cada aula se exhiben los diferentes procesos de tortura y ejecución. Al final del recorrido, hay vitrinas de vidrio con cientos de cráneos humanos. Los que más impactan al turista extranjero son los de muchos niños.

Me llamó la atención la diferencia de colores de los cráneos y un detalle más: todos carecían de dientes frontales.

Mirándolos uno a uno, me detuve frente a un cráneo de tono rojizo, cuyas cavidades, donde estuvieron los ojos, me hicieron percibir el último instante del difunto. Su mandíbula abierta, con escasa dentadura, me hizo sentir un grito... El último grito de dolor desde lo más profundo del silencio.

/ Cortesía
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El viaje continúa

Tres días después, continuamos nuestra ruta, esta vez rumbo a la ciudad de Siem Reap. Seguimos una parte del río Mekong y conocimos la vida cotidiana de los pescadores de los pueblos flotantes. Luego, visitamos Angkor Wat, la antigua capital del imperio de Jemer, sitio reconocido también por ser el centro religioso más grande del mundo, construido en 30 años cuando el imperio estaba en su máximo esplendor. Según dicen los arqueólogos, los restauradores actuales tardarían 300 años en dejarlo como era.

La huella del pasado: una región marcada por la historia

De esta manera, nos despedimos de esta mágica e impresionante región, que logró su independencia a costa del sacrificio de millones de seres humanos: Laos, Vietnam y Camboya. Pero que aún conserva vivo el rastro de un pasado de gloria, esplendor y grandeza.

Lo que los franceses llamaron Indochina, "la perla de Francia".

Lo único que aún queda de los intentos de Occidente de conquistar el Sudeste Asiático son los turistas franceses y estadounidenses, que deambulan por las ciudades cuya arquitectura colonial les hace suspirar de nostalgia por su pasado glorioso, y los helicópteros, aviones y tanques que fueron abandonados por el ejército de ocupación estadounidense y que ahora son exhibidos en el museo de Hỏa Lò, en Hanoi.

Hasta hoy, esta decisión resultó ser creativamente muy productiva.

Camboya. : Cortesía
Camboya. : Cortesía


José Ruiz y Marica van deer Mer se encuentran en Tailandia. / Cortesía.
José Ruiz y Marica van deer Mer se encuentran en Tailandia. / Cortesía.