En la solemnidad que precede al inicio del cónclave más numeroso y diverso de la historia de la Iglesia católica, las palabras del cardenal Giovanni Battista Re resuenan como una brújula espiritual: "Que sea elegido el papa que la Iglesia y la humanidad necesitan en este momento de la historia tan difícil y complejo".
No es sólo una súplica, es también una advertencia y una guía para los 133 cardenales que, desde este miércoles se encerraron bajo el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
Este cónclave se celebra en un tiempo en que la Iglesia, al igual que el mundo, se enfrenta a desafíos de alcance global: guerras que recrudecen, hambre que persiste, migraciones forzadas, polarización política y una cultura que muchas veces se muestra hostil a lo religioso. Pero también hay una sed renovada de verdad, de comunidad y de liderazgo ético. La humanidad, como señaló el arzobispo brasileño Jaime Spengler, vive marcada por el miedo, y necesita un faro.
El perfil del próximo pontífice, como delineó Re, deberá reunir una doble virtud: humildad para servir —como lo hizo Cristo lavando los pies incluso a quien lo traicionaría— y fortaleza para mantener la unidad en medio de la diversidad. La Iglesia necesita un papa que no sea simplemente un administrador o un símbolo, sino un pastor que aúne fidelidad evangélica con sensibilidad a los signos de los tiempos.
El peso del cónclave es grande no solo por el número de cardenales o su diversidad geográfica —proceden de 70 países— sino por la necesidad de superar lo que muchos observadores señalan: un colegio poco cohesionado, con muchos cardenales que apenas se conocen entre sí. Este factor, lejos de ser una debilidad, puede ser una oportunidad si se traduce en una elección pausada, meditativa, movida por la oración y el discernimiento, no por estrategias ni alianzas políticas.
La Iglesia no necesita un gestor, sino un testigo creíble de la fe. Un hombre que, sin diluir el Evangelio, lo encarne con claridad, misericordia y valentía. Un pontífice que no se encierre en las batallas internas de la curia ni se extravíe en luchas culturales, sino que sepa hablar a creyentes y no creyentes, con la fuerza del amor, de la razón y de la esperanza.
La elección del nuevo papa es, sí, un acto de gobierno, pero sobre todo es un acto de fe. Que la "fumata blanca" no sea solo señal de consenso entre cardenales, sino signo de que la Iglesia ha elegido a un líder capaz de tocar el corazón de una humanidad herida. Un papa, como dijo Re, "según el corazón de Dios".