Kamala Harris emergió como la gran ganadora del debate presidencial contra Donald Trump el pasado martes en Estados Unidos, de acuerdo a todos los sondeos de opinión serios que han publicado los medios norteamericanos. Harris arrinconó a un Trump bastante amargado, que repitió rumores y mantuvo su retórica grosera contra los migrantes al grado de repetir un rumor infundado sobre que los haitianos comen perros y gatos.

Pero más allá de las incidencias propias del debate electoral norteamericano, hay que apreciar siempre que la cultura política estadounidense nos ha dejado el debate como un gran ejemplo de medición electoral para determinar qué candidatos tiene mejores propuestas, cuál es su visión de temas domésticos importantes como la economía, la migración, los derechos ciudadanos o la política exterior. También nos permite darnos una visión bastante realista de cómo actúa una persona bajo presión, mostrando su temple, su carácter, su forma de reaccionar a las dificultades que le presentan sus adversarios.

Los debates son una poderosa vitrina de la democracia. Privilegian la opinión y la crítica. Fortalecen la libertad de expresión y de información, e instruyen a la ciudadanía en su derecho a votar por el proyecto más conveniente a sus intereses. El ciudadano está "en palco" viendo a los contendientes y evaluando sus expresiones. Eso es sumamente valioso, es escrutinio público.

Más allá de las particularidades del debate Harris-Trump y de si este tendrá un impacto real a la hora de votar en noviembre próximo, los votantes estadounidenses se dan una idea cómo puede ser su futuro en los próximos cuatro años y el mundo entero también puede entender las tendencias e impactos que la política norteamericana puede tener en sus vidas.

Lamentablemente en El Salvador hemos perdido mucho de la cultura del debate, no hubo prácticamente ninguno en la pasada campaña electoral, a ningún nivel, y eso es algo que hay rescatar y promover.