El reciente anuncio del presidente Donald Trump de imponer aranceles del 25% a productos de Canadá y México, así como un 10% adicional a las importaciones chinas, marca un nuevo episodio en su estrategia proteccionista. Sin embargo, más allá de la retórica populista y del nacionalismo económico con el que busca fortalecer su base electoral, la realidad es que estas medidas pueden tener efectos devastadores no solo para la economía global, sino también para los propios ciudadanos estadounidenses.



Los aranceles, en teoría, pueden parecer una forma de proteger la producción nacional, pero la historia ha demostrado que su impacto suele traducirse en mayores costos para los consumidores y las empresas. Al encarecerse las importaciones, los precios suben, afectando el poder adquisitivo de los estadounidenses y aumentando la inflación, que ya es una preocupación para la economía del país. Como bien señala el economista Gregory Daco, se espera que estas medidas eleven la inflación en un 0,7% en el primer trimestre, algo que puede generar inestabilidad en los mercados financieros y un freno en la inversión empresarial.

Además, no se debe subestimar la capacidad de respuesta de los países afectados. Canadá ya ha anunciado una reacción “robusta, rápida y medida”, mientras que México, bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum, analiza sus próximos movimientos con prudencia. China, por su parte, ha demostrado en el pasado que no dudará en contraatacar con medidas que perjudiquen sectores clave de la economía estadounidense, como la agricultura y la manufactura.



Paradójicamente, las políticas de Trump pueden terminar perjudicando a la misma clase trabajadora que dice defender. Un alza en los costos de producción y distribución podría generar despidos o reducir el crecimiento del empleo en sectores dependientes del comercio internacional. Y si bien Trump confía en que la economía de Estados Unidos es lo suficientemente fuerte como para resistir el impacto, el riesgo de una desaceleración económica y de inestabilidad global es real.

La visión de Trump de “usar los aranceles como un arma de negociación” no es nueva, pero es un juego peligroso. Apostar a que México y Canadá cederán a sus presiones para endurecer su postura en materia de inmigración y drogas, o que China no responderá con sus propias represalias, es un riesgo innecesario para una economía que ha mostrado signos de recuperación tras la crisis inflacionaria post-pandemia.

Las guerras comerciales no son ganadas por nadie; generan incertidumbre, perjudican a los consumidores y dañan relaciones económicas clave. Si Trump realmente busca fortalecer la economía estadounidense, debería apostar por estrategias de cooperación y acuerdos comerciales en lugar de recurrir a medidas que solo alimentan el proteccionismo y el aislamiento económico. La historia nos ha enseñado que el costo de estas políticas es alto y, al final, quienes terminan pagando son los ciudadanos comunes.